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161
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1.47M
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---|---|---|---|---|
Figueroa,Francisco_de | <XXI | Tierra,_A_Quien_Nunca_El_Sol_Muestra_Su_Cara | Tierra, a quien nunca el sol muestra su cara,
Ni la luna jamás limpia su frente,
A quien de cuanto ha menester la gente,
Natura fue como madrastra avara;
Con cuan justa razón se me empleara
(Pues que partí de mi perpetuo oriente)
Que extraño y solo miserablemente
La vida entre tus nieves acabara.
Do amoroso Pastor mi sepultura
No cercara de rosas y violas,
Ni dixera con lágrimas piadosas:
Fili supo tu muerte sin ventura,
Tírsi, y te ofrece dos lágrimas solas
Mas que el llanto de Niobe preciosas. | es |
Pombo,Rafael | <XXI | Ya_Que_De_Amor,_Dios_Mío,_Mi_Corazón_Formaste | Ya que de amor, Dios mío, mi corazón formaste
A semejanza tuya, que todo eres amor;
Ya que uno, un solo anhelo en mi ánima inspiraste,
¡Ay! el de ser amado tanto cual amo yo,
Depárame en la tierra el solo bien que pido.
Preciso para mi alma cual para el mundo el sol,
Cual para el pez las ondas, cual para el ave el nido:
Un corazón que me ame tanto cual amo yo.
Sin ti yo no concibo el mundo que tú hiciste,
Sin criar seres que te amen, no eres posible ¡oh Dios!
Ni a concebir alcanzo la vida que me diste
Sin algún ser que me ame tanto cual amo yo.
No pido yo la gloria que tantos han buscado,
Esa que en vez de vida trae muerte al corazón;
La gloria que tú amas es la de ser amado,
Yo a imagen tuya, el serlo tanto cual amo yo.
¿Mando y poder, qué importan? Un corazón amante
Vale por mil que tiemblan de un César a la voz.
Más bien que años de imperio, dame, ¡ay! un solo instante
En que haya quien me quiera cuanto quisiera yo.
¿Y el oro? Harto infelices los que él hace felices,
¿Qué valen corazones que el oro vil compró?
¿Lograron por ventura los que con él maldices
Saber si alguien les ama cual ansío saber yo?
Qué importa el sol radiante, el ancho mar profundo,
El cielo do tus aves vuelan de dos en dos.
¡Oh Dios! es un suplicio ver tan hermoso el mundo
Si no es junto a quien me ame tanto cual amo yo.
Colmado en limpias aguas rebosa el mar rugiente,
Y en luz, en aire, en vida la pródiga extensión.
Pleno te canta el mundo, gran Dios, y únicamente
Me falta a mí quien me ame tanto cual amo yo.
¿Por qué un tesoro dísteme aquilatado y santo
De idolatrarios éxtasis, de noble adoración,
Palabras que alzan llamas, notas que exprimen llanto,
¿Por qué? si no hay quien me ame tanto cual amo yo.
Si soy el convidado que al baile entró ya tarde,
Y a su paloma en brazos usurpadores vio.
Dame un rincón de muerte donde olvidado aguarde
La hora del dueño, la hora del que ama como yo.
Tal vez bebí su ambiente de flor del paraíso,
Y el arpa, al grato impulso del valse tentador,
Cimbrándose armoniosa significarle quiso:
«¡Ven, soy el tuyo, quiéreme como te quiero yo!»
Ven, que de las hermosas, la reina es del poeta
Serpiente audaz que sabe transfigurarse en dios;
Volver el paraíso a su Eva predilecta
Y arrebatarle al cielo su vértigo de amor.
Ven, ámame si quieres ser inmortalizada.
Cantada eternamente de mi laúd al son,
Y eternamente bella, y eternamente amada.
Tal como yo te admire, como te cante yo.
¡Ah! desamado y solo, perdido en altos mares,
Cual pájaro sin nido revoloteando voy;
No hay islas nemorosas que escuchen mis cantares,
No hay aves que respondan lo que les canto yo.
Como el niño, que lejos de sus lares benditos
En solitaria senda la noche sorprendió,
A veces tengo impulsos de tenderme a dar gritos,
¡Ah! porque no hay quien me ame cuando amo tanto yo. | es |
Guillén,Jorge | <XXI | Potencia_De_Pérez | Hay ya tantos cadáveres
Sepultos o insepultos,
Casi vivientes en concentraciones
Mortales,
Hay tanto encarcelado y humillado
Bajo amontonamientos de injusticia,
Hay tanta patria reformada en tumba
Que puede proclamarse
La paz.
Culminó la Cruzada. ¡Viva el Jefe!
El Jefe, solo al fin,
Cierra la puerta, siente alivio.
Solo,
Sin el peso de un mundo abominable,
Sin la canalla que le adora y teme,
Que le adora y detesta.
Es él quien todos alzan para todos,
Y en ellos estribado,
Se aúpa,
Adalid de su Dios.
La victoria es santísima.
¡Sí! Se columbra junto al Jefe a Dios,
Tan propicio a la causa.
Una común empresa los reúne.
¡Cómo entender que un hombre, sólo un hombre
Doblegue a tantos barbaros unidos
En vientos
De acosos homicidas,
O en grupos de cabezas más agudas
Que ese cerebro acorde a tal fajín?
Fajín hay de Cruzado fulgurante,
Ungido por la Gracia
Del Señor, que es el guía.
Guía a través de guerra
Tan cruelmente justa
Para lanzar un pueblo a su destino.
Destino tan insigne
Que excluye a muchedumbres de adversarios
Presos o bajo tierra:
No votan, no perturban. ¡Patria unánime!
Sobreviven los puros,
De tan puros cubiertos
En el gran sacrificio
Por las sangres malvadas.
Oh Jefe, nunca solo: Dios te encubre. | es |
Pacherres,Marvin_Augusto | XXI | Mi_Querido_Perú | es el país que amo
y que siempre recuerdo
a pesar que no vuelvo
al imaginado de mi patria
querida y amada
del ser que nos dio a Luz
de sol resplandeciente
donde los hombres lucharon
por defender su soberanía
y desterrar a los malvados
yo amo Mi Perú soberano
porque se libró de Dictaduras
que parecían indelebles en el alma
pero se libró por arte y magia
defendiendo a su gente y héroes
que dieron su vida por un Perú mejor
y Viva el Perú Carajo!!!
porque mi patria tiene huevos y se defiende
con el corazón de su gente
yo amo mi bandera y mi escudo
pues soy rico en espíritu
apezar que no tenga plata
yo amo mi país
y grito desde el fondo de mi alma
aceptando unas copas de más
que ¡viva yo y mi patria!
y que me perdone por seguir llorando
y que ¡viva el Perú, carajo!
(cantinero dos copas mas
para ir celebrando este futuro, que soy yo,
en mi padria querida) | es |
Guillén,Nicolás | <XXI | Conozco_La_Azul_Laguna | Conozco la azul laguna
y el cielo doblado en ella
y el resplandor de la estrella.
Y la luna.
En mi chaqueta de abril
prendí una azucena viva
y besé la sensitiva
con labios de toronjil.
Un pájaro principal
me enseñó el múltiple trino.
Mi vaso apuré de vino
Sólo me queda el cristal.
¿Y el plomo que zumba y mata?
¿Y el largo encierro?
¡Duro mar y olas de hierro,
no luna y plata!
El cañaveral sombrío
tiene voraz dentadura,
y sabe el astro en su altura
de hambre y frío.
Se alza el foete mayoral.
Espaldas hiere y desgarra.
Ve y con tu guitarra
dilo al rosal.
Dile también del fulgor
con que un nuevo sol parece:
en el aire que la mece,
que aplauda y grite la flor. | es |
Plaza_Llamas,Antonio | <XXI | Sólo_Vengo_A_Que_Ustedes_Se_Horroricen | Sólo vengo a que ustedes se horroricen...
ya administra la aduana don Macario,
el de la estafa aquella, el refractario
digno de que un proceso le improvisen.
Escriban, por piedad... al mundo avisen
que ese hombre es ignorante y ordinario;
que se robó los fondos del Erario,
y tiene cola inmensa que le pisen.
—:Tiene cola, es verdad, ¿de qué te inquietas?,
si puedes razonar una vez sola,
ya que nada en tu crítica respetas,
comprenderás que en medio de esta bola,
los hombres, don Severo, y los cometas,
para elevarse necesitan cola. | es |
Valencia,Guillermo | <XXI | Palemón_El_Estilita,_Sucesor_Del_Viejo_Antonio | Enfuñado el Maligno Spíritu de la
devota e sancta vida que el dicho
ermitanno facía, entrole fuertemente
deseo de facerlo caer en grande
y carboniento peccado. Ca estos e non
otros son sus pensamientos e obras.
Palemón el Estilita, sucesor del viejo Antonio,
que burló con tanto ingenio las astucias del demonio,
antiquísima columna de granito
se ha buscado en el desierto por mansión;
y en un pie sobre la stela
ha pasado muchos días
inspirando a sus oyentes
el horror a los judíos
y el horor a las judías
que endiosara ¡Dios del cielo!
que endiosaron a una hermosa
de la vida borrascosa,
que llamaban Herodías.
Palemón el Estilita "era un Santo". Su retiro
circuían mercadantes de Lycoples y de Tiro,
judaizantes de apartadas sinagogas,
que anhelaban de sus labios escuchar
la palabra de consuelo,
la palabra de verdad
que nos salve del castigo,
y de par en par el Cielo
nos entregue: sólo abrigo
contra el pérfido enemigo
que nos busca sin cesar,
y nos tienta con el fuego de unos ojos
que destella bajo el lino de ana toca,
con la púrpura de fréseos labios rojos
y los pálidos marfiles de una boca.
Alrededor de la columna que habitaba el Estilita,
como un mar efervescente, muchedumbre ingente agita
los turbantes, los bastones y los brazos,
y demanda su sermón al solitario,
cuya hueca voz de enfermo
fuerzas cobra ante la mies
que el Señor ha deparado
a su hoz, y cruza el yermo
que turbaron otros tiempos los timbales de Ramsés.
Y les habla de las obras de piedad y sacrificio,
de las rudas tentaciones del Apóstol y del vicio
que llevamos en nosotros; del ayuno y el cilicio;
del vivir año tras año con las fieras,
bajo rotos quitasoles de palmeras;
y les cuenta lo que es sed y lo que es hambre,
lo que son las noches cálidas de Libia,
cuando bulle de planetas un enjambre
y susurra en los palmaras la aura tibia,
que provocan en el ánimo, cansado
de una vida muerta y loca,
los recuerdos tormentosos
que en los días pesarosos,
que en los días soñolientos
de tristezas y de calma
nos golpean en el alma
con sus mágicos acentos,
cual la espuma débil
toca
la cabeza dura y fría
de la roca.
De la turba que le oía,
una linda pecadora
destacose: parecía
la primera luz del día;
y en lo negro de sus ojos
la mirada tentadora
era un áspid: amplia túnica de grana
dibujaba las esferas de su seno;
nunca vieron los jardines de Ecbatana
otro talle más airoso, blanco y lleno;
bajo el arco victorioso de las cejas
era un triunfo la pupila quieta y brava,
y, cual conchas sonrosadas, las orejas
se escondían bajo un peio que temblaba
como oro derretido;
de sus manos blancas, frescas,
el purísimo diseño
semejaba lotos vivos
de alabastro,
irradiaba toda ella
como un astro;
era un sueño,
que vagaba
con la turba adormecida,
y cruzaba
--la sandalia al pie ceñida--
cual la muda sombra errante
de una sílfide,
de una sílfide seguida
por su amante.
Y el buen monje
la miraba,
la miraba,
la miraba,
y, queriendo hablar, no hablaba,
y sentía su alma esclava
de la bella pecadora de mirada tentadora;
y un ardor nunca sentido
sus arterias encendía,
y un temblor desconocido
su figura,
larga
y flaca
y amarilla,
sacudía:
¡era amor! El monje adusto
en esa hora sintió el gusto
de los seres y la vida;
su guarida
de repente abandonaron
pensamientos tenebrosos
que en la mente
se asilaron
del proscrito,
que, dejando su columna
de granito,
y en coloquio con la bella
cortesana,
se marchó por el desierto
despacito. . .
a la vista de la muda,
¡a la vista de la absorta caravana!... | es |
Silva,José_Asunción | <XXI | Los_Maderos_De_San_Juan | ¡Aserrín!
¡Aserrán!
Los maderos de San Juan,
piden queso, piden pan,
los de Roque
alfandoque,
los de Rique
alfeñique
¡Los de triqui,
triqui, tran!
Y en las rodillas duras y firmes de la Abuela,
con movimiento rítmico se balancea el niño
y ambos agitados y trémulos están;
la abuela le sonríe con maternal cariño
mas cruza por su espíritu como un temor extraño
por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño
los días ignorados del nieto guardarán.
Los maderos de San Juan
piden queso, piden pan.
¡Triqui, triqui,
triqui, tran!
Esas arrugas hondas recuerdan una historia
de sufrimientos largos y silenciosa angustia
y sus cabellos, blancos, como la nieve, están.
De un gran dolor el sello marcó la frente mustia
y son sus ojos turbios espejos que empañaron
los años, y que ha tiempos, las formas reflejaron
de cosas y seres que nunca volverán.
Los de Roque, alfandoque
¡Triqui, triqui, triqui, tran!
Mañana cuando duerma la Anciana, yerta y muda,
lejos del mundo vivo, bajo la oscura tierra,
donde otros, en la sombra, desde hace tiempo están,
del nieto a la memoria, con grave son que encierra
todo el poema triste de la remota infancia
cruzando por las sombras del tiempo y la distancia,
¡de aquella voz querida las notas vibrarán!
Los de Rique, alfeñique
¡Triqui, triqui, triqui, tran!
Y en tanto en las rodillas cansadas de la Abuela
con movimiento rítmico se balancea el niño
y ambos conmovidos y trémulos están,
la Abuela se sonríe con maternal cariño
mas cruza por su espíritu como un temor extraño
por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño
los días ignorados del nieto guardarán.
¡Aserrín!
¡Aserrán!
Los maderos de San Juan
piden queso, piden pan,
los de Roque
alfandoque
los de Rique
alfeñique
¡triqui, triqui, triqui, tran!
¡triqui, triqui, triqui, tran!
Los maderos de San Juan,
piden queso, piden pan,
los de Roque
alfandoque,
los de Rique
alfeñique
¡Los de triqui,
triqui, tran!
Y en las rodillas duras y firmes de la Abuela,
con movimiento rítmico se balancea el niño
y ambos agitados y trémulos están;
la abuela le sonríe con maternal cariño
mas cruza por su espíritu como un temor extraño
por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño
los días ignorados del nieto guardarán.
Los maderos de San Juan
piden queso, piden pan.
¡Triqui, triqui,
triqui, tran!
Esas arrugas hondas recuerdan una historia
de sufrimientos largos y silenciosa angustia
y sus cabellos, blancos, como la nieve, están.
De un gran dolor el sello marcó la frente mustia
y son sus ojos turbios espejos que empañaron
los años, y que ha tiempos, las formas reflejaron
de cosas y seres que nunca volverán.
Los de Roque, alfandoque
¡Triqui, triqui, triqui, tran!
Mañana cuando duerma la Anciana, yerta y muda,
lejos del mundo vivo, bajo la oscura tierra,
donde otros, en la sombra, desde hace tiempo están,
del nieto a la memoria, con grave son que encierra
todo el poema triste de la remota infancia
cruzando por las sombras del tiempo y la distancia,
¡de aquella voz querida las notas vibrarán!
Los de Rique, alfeñique
¡Triqui, triqui, triqui, tran!
Y en tanto en las rodillas cansadas de la Abuela
con movimiento rítmico se balancea el niño
y ambos conmovidos y trémulos están,
la Abuela se sonríe con maternal cariño
mas cruza por su espíritu como un temor extraño
por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño
los días ignorados del nieto guardarán.
¡Aserrín!
¡Aserrán!
Los maderos de San Juan
piden queso, piden pan,
los de Roque
alfandoque
los de Rique
alfeñique
¡triqui, triqui, triqui, tran!
¡triqui, triqui, triqui, tran!
Y en las rodillas duras y firmes de la Abuela,
con movimiento rítmico se balancea el niño
y ambos agitados y trémulos están;
la abuela le sonríe con maternal cariño
mas cruza por su espíritu como un temor extraño
por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño
los días ignorados del nieto guardarán.
Los maderos de San Juan
piden queso, piden pan.
¡Triqui, triqui,
triqui, tran!
Esas arrugas hondas recuerdan una historia
de sufrimientos largos y silenciosa angustia
y sus cabellos, blancos, como la nieve, están.
De un gran dolor el sello marcó la frente mustia
y son sus ojos turbios espejos que empañaron
los años, y que ha tiempos, las formas reflejaron
de cosas y seres que nunca volverán.
Los de Roque, alfandoque
¡Triqui, triqui, triqui, tran!
Mañana cuando duerma la Anciana, yerta y muda,
lejos del mundo vivo, bajo la oscura tierra,
donde otros, en la sombra, desde hace tiempo están,
del nieto a la memoria, con grave son que encierra
todo el poema triste de la remota infancia
cruzando por las sombras del tiempo y la distancia,
¡de aquella voz querida las notas vibrarán!
Los de Rique, alfeñique
¡Triqui, triqui, triqui, tran!
Y en tanto en las rodillas cansadas de la Abuela
con movimiento rítmico se balancea el niño
y ambos conmovidos y trémulos están,
la Abuela se sonríe con maternal cariño
mas cruza por su espíritu como un temor extraño
por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño
los días ignorados del nieto guardarán.
¡Aserrín!
¡Aserrán!
Los maderos de San Juan
piden queso, piden pan,
los de Roque
alfandoque
los de Rique
alfeñique
¡triqui, triqui, triqui, tran!
¡triqui, triqui, triqui, tran!
Los maderos de San Juan
piden queso, piden pan.
¡Triqui, triqui,
triqui, tran!
Esas arrugas hondas recuerdan una historia
de sufrimientos largos y silenciosa angustia
y sus cabellos, blancos, como la nieve, están.
De un gran dolor el sello marcó la frente mustia
y son sus ojos turbios espejos que empañaron
los años, y que ha tiempos, las formas reflejaron
de cosas y seres que nunca volverán.
Los de Roque, alfandoque
¡Triqui, triqui, triqui, tran!
Mañana cuando duerma la Anciana, yerta y muda,
lejos del mundo vivo, bajo la oscura tierra,
donde otros, en la sombra, desde hace tiempo están,
del nieto a la memoria, con grave son que encierra
todo el poema triste de la remota infancia
cruzando por las sombras del tiempo y la distancia,
¡de aquella voz querida las notas vibrarán!
Los de Rique, alfeñique
¡Triqui, triqui, triqui, tran!
Y en tanto en las rodillas cansadas de la Abuela
con movimiento rítmico se balancea el niño
y ambos conmovidos y trémulos están,
la Abuela se sonríe con maternal cariño
mas cruza por su espíritu como un temor extraño
por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño
los días ignorados del nieto guardarán.
¡Aserrín!
¡Aserrán!
Los maderos de San Juan
piden queso, piden pan,
los de Roque
alfandoque
los de Rique
alfeñique
¡triqui, triqui, triqui, tran!
¡triqui, triqui, triqui, tran!
Esas arrugas hondas recuerdan una historia
de sufrimientos largos y silenciosa angustia
y sus cabellos, blancos, como la nieve, están.
De un gran dolor el sello marcó la frente mustia
y son sus ojos turbios espejos que empañaron
los años, y que ha tiempos, las formas reflejaron
de cosas y seres que nunca volverán.
Los de Roque, alfandoque
¡Triqui, triqui, triqui, tran!
Mañana cuando duerma la Anciana, yerta y muda,
lejos del mundo vivo, bajo la oscura tierra,
donde otros, en la sombra, desde hace tiempo están,
del nieto a la memoria, con grave son que encierra
todo el poema triste de la remota infancia
cruzando por las sombras del tiempo y la distancia,
¡de aquella voz querida las notas vibrarán!
Los de Rique, alfeñique
¡Triqui, triqui, triqui, tran!
Y en tanto en las rodillas cansadas de la Abuela
con movimiento rítmico se balancea el niño
y ambos conmovidos y trémulos están,
la Abuela se sonríe con maternal cariño
mas cruza por su espíritu como un temor extraño
por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño
los días ignorados del nieto guardarán.
¡Aserrín!
¡Aserrán!
Los maderos de San Juan
piden queso, piden pan,
los de Roque
alfandoque
los de Rique
alfeñique
¡triqui, triqui, triqui, tran!
¡triqui, triqui, triqui, tran!
Los de Roque, alfandoque
¡Triqui, triqui, triqui, tran!
Mañana cuando duerma la Anciana, yerta y muda,
lejos del mundo vivo, bajo la oscura tierra,
donde otros, en la sombra, desde hace tiempo están,
del nieto a la memoria, con grave son que encierra
todo el poema triste de la remota infancia
cruzando por las sombras del tiempo y la distancia,
¡de aquella voz querida las notas vibrarán!
Los de Rique, alfeñique
¡Triqui, triqui, triqui, tran!
Y en tanto en las rodillas cansadas de la Abuela
con movimiento rítmico se balancea el niño
y ambos conmovidos y trémulos están,
la Abuela se sonríe con maternal cariño
mas cruza por su espíritu como un temor extraño
por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño
los días ignorados del nieto guardarán.
¡Aserrín!
¡Aserrán!
Los maderos de San Juan
piden queso, piden pan,
los de Roque
alfandoque
los de Rique
alfeñique
¡triqui, triqui, triqui, tran!
¡triqui, triqui, triqui, tran!
Mañana cuando duerma la Anciana, yerta y muda,
lejos del mundo vivo, bajo la oscura tierra,
donde otros, en la sombra, desde hace tiempo están,
del nieto a la memoria, con grave son que encierra
todo el poema triste de la remota infancia
cruzando por las sombras del tiempo y la distancia,
¡de aquella voz querida las notas vibrarán!
Los de Rique, alfeñique
¡Triqui, triqui, triqui, tran!
Y en tanto en las rodillas cansadas de la Abuela
con movimiento rítmico se balancea el niño
y ambos conmovidos y trémulos están,
la Abuela se sonríe con maternal cariño
mas cruza por su espíritu como un temor extraño
por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño
los días ignorados del nieto guardarán.
¡Aserrín!
¡Aserrán!
Los maderos de San Juan
piden queso, piden pan,
los de Roque
alfandoque
los de Rique
alfeñique
¡triqui, triqui, triqui, tran!
¡triqui, triqui, triqui, tran!
Los de Rique, alfeñique
¡Triqui, triqui, triqui, tran!
Y en tanto en las rodillas cansadas de la Abuela
con movimiento rítmico se balancea el niño
y ambos conmovidos y trémulos están,
la Abuela se sonríe con maternal cariño
mas cruza por su espíritu como un temor extraño
por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño
los días ignorados del nieto guardarán.
¡Aserrín!
¡Aserrán!
Los maderos de San Juan
piden queso, piden pan,
los de Roque
alfandoque
los de Rique
alfeñique
¡triqui, triqui, triqui, tran!
¡triqui, triqui, triqui, tran!
Y en tanto en las rodillas cansadas de la Abuela
con movimiento rítmico se balancea el niño
y ambos conmovidos y trémulos están,
la Abuela se sonríe con maternal cariño
mas cruza por su espíritu como un temor extraño
por lo que en lo futuro, de angustia y desengaño
los días ignorados del nieto guardarán.
¡Aserrín!
¡Aserrán!
Los maderos de San Juan
piden queso, piden pan,
los de Roque
alfandoque
los de Rique
alfeñique
¡triqui, triqui, triqui, tran!
¡triqui, triqui, triqui, tran!
¡Aserrín!
¡Aserrán!
Los maderos de San Juan
piden queso, piden pan,
los de Roque
alfandoque
los de Rique
alfeñique
¡triqui, triqui, triqui, tran!
¡triqui, triqui, triqui, tran! | es |
Figueroa,Francisco_de | <XXI | Soneto_Xxiv | ¡Ay suspiros, ay lágrimas del fiero
Dolor, que el pecho a gran fatiga encierra!
Solo descanso, y débil en la guerra
De amor, en quien sin tiempo ahora muero:
¿Qué será ya de mí triste, o qué
espero?
Sino ser presto sombra y poca tierra:
Si mi esquiva ventura el paso os cierra,
Y apresura el deseo falso y ligero.
No de que ahora en fuego, ahora en río
El corazón cuitado se convierta,
O suspiros, o lágrimas, me pesa:
Sino que si cesáis, queda encubierta
Del animoso pensamiento mío
La rara gloria y la tan alta empresa. | es |
Vallejo,César | <XXI | ¡Ande_Desnudo,_En_Pelo,_El_Millonario! | ¡Ande desnudo, en pelo, el millonario!
¡Desgracia al que edifica con tesoros su lecho de muerte!
¡Un mundo al que saluda;
un sillón al que siembra en el cielo;
llanto al que da término a lo que hace, guardando los comienzos;
ande el de las espuelas;
poco dure muralla en que no crezca otra muralla;
dése al mísero toda su miseria,
pan, al que ríe;
hagan perder los triunfos y morir los médicos;
haya leche en la sangre;
añádase una vela al sol,
ochocientos al veinte;
pase la eternidad bajo los puentes!
¡Desdén al que viste,
corónense los pies de manos, quepan en su tamaño;
siéntese mi persona junto a mí!
¡Llorar al haber cabido en aquel vientre,
bendición al que mira aire en el aire,
muchos años de clavo al martillazo;
desnúdese el desnudo,
vístase de pantalón la capa,
fulja el cobre a expensas de sus láminas,
majestad al que cae de la arcillla al universo,
lloren las bocas, giman las miradas,
impídase al acero perdurar,
hilo a los horizontes portátiles,
doce ciudades al sendero de piedra,
una esfera al que juega con su sombra;
un día hecho de una hora, a los esposos;
una madre al arado en loor al suelo,
séllense con dos sellos a los líquidos,
pase lista el bocado,
sean los descendientes,
sea la codorniz,
sea la carrera del álamo y del árbol;
venzan, al contrario del círculo, el mar a su hijo
y a la cana el lloro;
dejad los áspides, señores hombres,
surcad la llama con los siete leños,
vivid,
elévese la altura,
baje el hondor más hondo,
conduzca la onda su impulsión andando,
tenga éxito la tregua de la bóveda!
¡Muramos;
lavad vuestro esqueleto cada día;
no me hagáis caso,
una ave coja al déspota y a su alma;
una mancha espantosa, al que va solo;
gorriones al astrónomo, al gorrión, al aviador!
¡Lloved, solead,
vigilad a Júpiter, al ladrón de ídolos de oro,
copiad vuestra letra en tres cuadernos,
aprended de los cónyuges cuando hablan, y
de los solitarios, cuando callan;
dad de comer a los novios,
dad de beber al diablo en vuestras manos,
luchad por la justicia con la nuca,
igualaos,
cúmplase el roble,
cúmplase el leopardo entre dos robles,
seamos,
estemos,
sentid cómo navega el agua en los océanos,
alimentaos,
concíbase el error, puesto que lloro,
acéptese, en tanto suban por el risco, las cabras y sus
crías;
desacostumbrad a Dios a ser un hombre,
creced... !
Me llaman. Vuelvo. | es |
López_Meléndez,Teódulo | XXI | Víspera | Oficio, palmas secas y rugido cercano. Hierbajos con
sombra de mareas, busco piedras. Brillor, en las escaramuzas del
cuerpo. Desnudo, el gran libro en las rodillas, leo para el vuelo del
coco hasta el miedo limítrofe.
Barahúnda, tonsura. Descifro incrustaciones de mi
cuerpo esquelético. Encuentro cosas perdidas. Es noche, memoria
que me guía. Me pregunto si sumergirme ha sido cosa vana.
Mi medida será la suave brisa. Pasaré
páginas tantas como hisopos al murmullo. Me mojaré tanto
como las rocas de las aves nocturnas. Laceraré mientras la luna.
No hay presagios, apenas sílabas con tallos. | es |
Rojas,Gonzalo | <XXI | A_Veces_Pienso_Quién,_Quién_Estará_Viviendo_Ronco_Mi_Juventud | A veces pienso quién, quién estará viviendo ronco mi juventud
con sus mismas espinas, liviano y vagabundo,
nadando en el oleaje de las calles horribles, sin un cobre,
remoto, y más flexible: con tres noches radiantes en las sienes
y el olor de la hermosa todavía en el tacto.
Dónde andará, qué tablas le tocará dormir a su coraje,
qué sopa devorar, cuál será su secreto
para tener veinte años y cortar en sus llamas las páginas violentas.
Porque el endemoniado repetirá también el mismo error
y de él aprenderá, si se cumple en su mano la escritura. | es |
Quiroga,Horacio | <XXI | La_Insolación | El cachorro Old salió por la puerta y atravesó el patio
con paso recto y perezoso. Se detuvo en la linde del pasto,
estiró al monte, entrecerrando los ojos, la nariz
vibrátil, y se sentó tranquilo. Veía la
monótona llanura del Chaco, con sus alternativas de campo y
monte, monte y campo, sin más color que el crema del pasto y el
negro del monte. Este cerraba el horizonte, a doscientos metros, por
tres lados de la chacra. Hacia el oeste, el campo se ensanchaba y
extendía en abra, pero que la ineludible línea
sombría enmarcaba a lo lejos.
A esa hora temprana, el confín, ofuscante de luz a
mediodía, adquiría reposada nitidez. No había una
nube ni un soplo de viento. Bajo la calma del cielo plateado, el campo
emanaba tónica frescura que traía al alma pensativa, ante
la certeza de otro día de seca, melancolías de mejor
compensado trabajo.
Milk, el padre del cachorro, cruzó a su vez el patio y se
sentó al lado de aquél, con perezoso quejido de
bienestar. Ambos permanecían inmóviles, pues aun no
había moscas.
Old, que miraba hacía rato la vera del monte, observó:
—La mañana es fresca.
Milk siguió la mirada del cachorro y quedó con la vista
fija, parpadeando distraído. Después de un rato dijo:
—En aquel árbol hay dos halcones.
Volvieron la vista indiferente a un buey que pasaba, y continuaron
mirando por costumbre las cosas.
Entretanto, el oriente comenzaba a empurpurarse en abanico, y el
horizonte había perdido ya su matinal precisión. Milk
cruzó las patas delanteras y al hacerlo sintió leve
dolor. Miró sus dedos sin moverse, decidiéndose por fin a
olfatearlos. El día anterior se había sacado un pique, y
en recuerdo de lo que había sufrido lamió extensamente el dedo enfermo.
—No podía caminar —exclamó, en conclusión.
—Old no comprendió a qué se refería, Milk agregó:
—Hay muchos piques.
Esta vez el cachorro comprendió. Y repuso por su cuenta, después de largo rato:
—Hay muchos piques.
Uno y otro callaron de nuevo, convencidos.
El sol salió; y en el primer baño de su luz, las pavas
del monte lanzaron al aire puro el tumultuoso trompeteo de su charanga.
Los perros, dorados al sol oblicuo, entornaron los ojos, dulcificando
su molicie en beato pestañeo. Poco a poco la pareja
aumentó con la llegada de los otros compañeros: Dick, el
taciturno preferido; Prince, cuyo labio superior partido por un
coatí, dejaba ver los dientes; e Isondú, de nombre
indígena. Los cinco fox—terriers, tendidos y beatos de
bienestar, durmieron.
Al cabo de una hora irguieron la cabeza; por el lado opuesto del
bizarro rancho de dos pisos —el inferior de barro y el alto de madera,
con corredores y baranda de chalet—, habían sentido los pasos de
su dueño que bajaba la escalera.
Míster Jones, la toalla al hombro, se detuvo un momento en la
esquina del rancho y miró e1 sol, alto ya. Tenía
aún la mirada muerta y el labio pendiente tras su solitaria
velada de whisky, más prolongada que las habituales.
Mientras se lavaba, los perros se acercaron y le olfatearon las botas,
meneando con pereza el rabo. Como las fieras amaestradas, los perros
conocen el menor indicio de borrachera en su amo. Alejáronse con
lentitud a echarse de nuevo al sol. Pero el calor creciente les hizo
presto abandonar aquél, por la sombra de los corredores.
El día avanzaba igual a los precedentes de todo ese mes; seco,
límpido, con catorce horas de sol calcinante que parecía
mantener el cielo en fusión, y que en un instante resquebrajaba
la tierra mojada en costras blanquecinas. Míster Jones fue a la
chacra, miró el trabajo del día anterior y retornó
al rancho. En toda esa mañana no hizo nada. Almorzó y
subió a dormir la siesta.
Los peones volvieron a las dos a la carpición, no obstante la
hora de fuego, pues los yuyos no dejaban el algodonal. Tras ellos
fueron los perros, muy amigos del cultivo desde el invierno pasado,
cuando aprendieron a disputar a los halcones los gusanos blancos que
levantaba el arado. Cada perro se echó bajo un algodonero,
acompañando con su jadeo los golpes sordos de la azada.
Entretanto el calor crecía. En el paisaje silencioso y
encegueciente de sol, el aire vibraba a todos lados, dañando la
vista. La tierra removida exhalaba vaho de horno, que los peones
soportaban sobre la cabeza, envuelta hasta las orejas en el flotante
pañuelo, con el mutismo de sus trabajos de chacra. Los perros
cambiaban a cada rato de planta, en procura de más fresca
sombra. Tendíanse a lo largo, pero la fatiga los obligaba a
sentarse sobre las patas traseras para respirar mejor.
Reverberaba ahora delante de ellos un pequeño páramo de
greda que ni siquiera se había intentado arar. Allí, el
cachorro vio de pronto a míster Jones sentado sobre un tronco,
que lo miraba fijamente. Old se puso en pie meneando el rabo. Los otros
levantáronse también, pero erizados.
—Es el patrón —dijo el cachorro, sorprendido de la actitud de aquéllos.
—No, no es él —replicó Dick.
Los cuatro perros estaban apiñados gruñendo sordamente,
sin apartar los ojos de míster Jones, que continuaba
inmóvil, mirándolos. El cachorro, incrédulo, fue a avanzar, pero Prince le mostró los dientes:
—No es él, es la Muerte.
El cachorro se erizó de miedo y retrocedió al grupo.
—¿Es el patrón muerto? —preguntó ansiosamente.
Los otros, sin responderle, rompieron a ladrar con furia, siempre en actitud en actitud temerosa. Pero míster Jones se desvanecía ya en el aire ondulante.
—Al oír ladridos, los peones habían levantado la vista, sin distinguir nada.
Giraron la cabeza para ver si había entrado algún caballo en la chacra, y se doblaron de nuevo.
Los fox—terriers volvieron al paso al rancho. El cachorro, erizado
aún, se adelantaba y retrocedía con cortos trotes
nerviosos, y supo de la experiencia de sus compañeros que cuando una cosa va a morir, aparece antes.
—¿Y cómo saben que ese que vimos no era el patrón vivo? —preguntó.
—Porque no era él —le respondieron displicentes.
¡Luego la Muerte, y con ella el cambio de dueño, las
miserias, las patadas, estaba sobre ellos! Pasaron el resto de la tarde
al lado de su patrón, sombríos y alerta. Al menor ruido
gruñían, sin saber hacia dónde.
Por fin el sol se hundió tras el negro palmar del arroyo, y en
la calma de la noche plateada, los perros se estacionaron alrededor del
rancho, en cuyo piso alto míster Jones recomenzaba su velada de
whisky. A medianoche oyeron sus pasos, luego la caída de las
botas en el piso de tablas, y la luz se apagó. Los perros,
entonces, sintieron más el próximo cambio de
dueño, y solos, al pie de la casa dormida, comenzaron a llorar.
Lloraban en coro, volcando sus sollozos convulsivos y secos, como
masticados, en un aullido de desolación, que la voz cazadora de
Prince sostenía, mientras los otros tomaban el sollozo de nuevo.
El cachorro sólo podía ladrar. La noche avanzaba, y los
cuatro perros de edad, agrupados a la luz de la luna, el hocico
extendido e hinchado de lamentos —bien alimentados y acariciados por el
dueño que iban a perder—, continuaban llorando a lo alto su
doméstica miseria.
A la mañana siguiente míster Jones fue él mismo a
buscar las mulas y las unció a la carpidora, trabajando hasta
las nueve. No estaba satisfecho, sin embargo. Fuera de que la tierra no
había sido nunca bien rastreada, las cuchillas no tenían
filo, y con el paso rápido de las mulas, la carpidora saltaba.
Volvió con ésta y afiló sus rejas; pero un
tornillo en que ya al comprar la máquina había notado una
falla, se rompió al armarla. Mandó un peón al
obraje próximo, recomendándole cuidara del caballo, un
buen animal pero asoleado. Alzó la cabeza al sol fundente de
mediodía, e insistió en que galopara ni un momento.
Almorzó enseguida y subió. Los perros, que en la
mañana no habían dejado un segundo a su patrón, se
quedaron en los corredores.
La siesta pesaba, agobiada de luz y silencio. Todo el contorno estaba
brumoso por las quemazones. Alrededor del rancho la tierra blanquizca
del patio deslumbraba por el sol a plomo, parecía deformarse en
trémulo hervor, que adormecía los ojos parpadeantes de
los fox—terriers.
—No ha aparecido más —dijo Milk.
Old, al oír aparecido, levantó vivamente las orejas.
Incitado por la evocación, el cachorro se puso en pie y
ladró, buscando a qué. Al rato calló,
entregándose con sus compañeros a su defensiva
cacería de moscas.
—No vino más —agregó Isondú.
—Había una lagartija bajo el raigón —recordó por
primera vez Prince.
Una gallina, el pico abierto y las alas apartadas del cuerpo,
cruzó el patio incandescente con su pesado trote de calor.
Prince la siguió perezosamente con la vista, y saltó de golpe.
—¡Viene otra vez! —gritó.
Por el norte del patio avanzaba solo el caballo en que había ido
el peón. Los perros se arquearon sobre las patas, ladrando con
furia a la Muerte que se acercaba. El caballo caminaba con la cabeza
baja, aparentemente indeciso sobre el rumbo que debía seguir. Al
pasar frente al rancho dio unos cuantos pasos en dirección al
pozo, y se desvaneció progresivamente en la cruda luz.
Míster Jones bajó: no tenía sueño.
Disponíase a proseguir el montaje de la carpidora, cuando vio
llegar inesperadamente al peón a caballo. A pesar de su orden,
tenía que haber galopado para volver a esa hora. Apenas libre y
concluida su misión, el pobre caballo, en cuyos ijares era
imposible contar los latidos, tembló agachando la cabeza, y
cayó de costado. Míster Jones mandó a la chacra,
todavía de sombrero y rebenque, al peón para no echarlo
si continuaba oyendo sus jesuíticas disculpas.
Pero los perros estaban contentos. La Muerte, que buscaba a su
patrón, se había conformado con el caballo.
Sentíanse alegres, libres de preocupación, y en
consecuencia disponíanse a ir a la chacra tras el peón,
cuando oyeron a míster Jones que le gritaba, pidiéndole
el tornillo. No había tornillo: el almacén estaba
cerrado, el encargado dormía, etc. Míster Jones, sin
replicar, descolgó su casco y salió él mismo en
busca del utensilio.
Resistía el sol como un peón, y el paseo era maravilloso contra su mal humor.
Los perros salieron con él, pero se detuvieron a la sombra del
primer algarrobo; hacía demasiado calor. Desde allí,
firmes en las patas, el ceño contraído y atento,
veían alejarse a su patrón. Al fin el temor a la soledad
pudo más, y con agobiado trote siguieron tras él.
Míster Jones obtuvo su tornillo y volvió. Para acortar
distancia, desde luego, evitando la polvorienta curva del camino,
marchó en línea recta a su chacra. Llegó al riacho
y se internó en el pajonal, el diluviano pajonal del Saladito,
que ha crecido, secado y retoñado desde que hay paja en el
mundo, sin conocer fuego.
Las matas, arqueadas en bóveda a la altura del pecho, se
entrelazan en bloques macizos. La tarea de cruzarlo, seria ya con
día fresco, era muy dura a esa hora.
Míster Jones lo atravesó, sin embargo, braceando entre la
paja restallante y polvorienta por el barro que dejaban las crecientes,
ahogado de fatiga y acres vahos de nitratos.
Salió por fin y se detuvo en la linde; pero era imposible
permanecer quieto bajo ese sol y ese cansancio. Marchó de nuevo.
Al calor quemante que crecía sin cesar desde tres días
atrás, agregábase ahora el sofocamiento del tiempo
descompuesto. El cielo estaba blanco y no se sentía un soplo de
viento. El aire faltaba, con angustia cardíaca que no
permitía concluir la respiración.
Míster Jones adquirió el convencimiento de que
había traspasado su límite de resistencia. Desde
hacía rato le golpeaba en los oídos el latido de las carótidas.
Sentíase en el aire, como si de dentro de la cabeza le empujaran
el cráneo hacia arriba. Se marcaba mirando el pasto.
Apresuró la marcha para acabar con eso de una vez... Y de pronto
volvió en sí y se halló en distinto paraje:
había caminado media cuadra sin darse cuenta de nada.
Miró atrás, y la cabeza se le fue en nuevo vértigo.
Entretanto, los perros seguían tras él, trotando con toda
la lengua de fuera. A veces, asfixiados, deteníanse en la sombra
de un espartillo; se sentaban precipitando su jadeo, para volver
enseguida al tormento del sol. Al fin, como la casa estaba ya
próxima, apuraron el trote.
Fue en ese momento cuando Old, que iba adelante, vio tras el alambrado
de la chacra a míster Jones, vestido de blanco, que caminaba
hacia ellos. El cachorro, con súbito recuerdo, volvió la
cabeza a su patrón y confrontó.
—¡La Muerte, la Muerte! —aulló.
Los otros lo habían visto también, y ladraban erizados.
Vieron que míster Jones atravesaba el alambrado y, por un
instante creyeron que se iba a equivocar; pero al llegar a cien metros
se detuvo, miró el grupo con sus ojos celestes, y marchó adelante.
—¡Qué no camine ligero el patrón! —exclamó Prince.
—¡Va a tropezar con él! —aullaron todos.
En efecto, el otro, tras breve hesitación, había
avanzado, pero no directamente sobre ellos como antes, sino en
línea oblicua y en apariencia errónea, pero que
debía llevarlo justo al encuentro de míster Jones. Los
perros comprendieron que esta vez todo concluía, porque su
patrón continuaba caminando a igual paso, como un
autómata, sin darse cuenta de nada. El otro llegaba ya. Los
perros hundieron el rabo y corrieron de costado, aullando. Pasó
un segundo, y el encuentro se produjo. Míster Jones se detuvo,
giró sobre sí mismo y se desplomó.
Los peones, que lo vieron caer, lo llevaron aprisa al rancho, pero fue
inútil toda el agua; murió sin volver en sí.
Míster Moore, su hermano materno, fue allá desde Buenos
Aires, estuvo una hora en la chacra y en cuatro días
liquidó todo, volviéndose enseguida al sur. Los indios se
repartieron los perros, que vivieron en adelante flacos y sarnosos, e
iban todas las noches con hambriento sigilo a robar espigas de
maíz en las chacras ajenas. | es |
Guillén,Nicolás | <XXI | Poetas | Hay el poeta que escribe al rey o al duque,
y se dice su criado. Señor
(susurra levemente) y se prosterna
y le besa los pies.
Canta junto a la mesa de su amo
cubierta de manjares,
pero sabe que nunca podrá sentarse a ella.
Es el poeta feudal.
En algunos lugares viste anacrónicamente de frac.
Hay el poeta a quien la poesía
sirve para abogar por la injusticia.
Avanza en un auto serenamente móvil.
Puede sentar en la silla eléctrica
a sus amigos inocentes.
Es el poeta del gran signo $ sangriento
que cree que vamos a creerle que él se cree demócrata
porque va a todos los sitios en que se dice: traje de calle.
Hay el poeta hecho al áspero tumulto ciudadano,
a la discusión en el sindicato,
al paso de las guerrillas,
y que habla el idioma simple y compañero
del que trabaja a su lado.
Como en la fábula clásica
es el dueño del fuego y la esperanza.
Sabe de palabras terribles, como la palabra
NAPALM
y ha visto las espaldas del pueblo lamidas por esas
lenguas del infierno; y la palabra
GUERRA
llena de estruendo y humo,
y la palabra
NIXON
que hiede como el agujero de una cloaca. Pero conoce
también palabras como
VIETMAN
PERÚ
CUBA
CHILE
BOLIVIA:
esta última empapada en sangre fresca de estudiantes y
mineros; y por fin la palabra
VENGANZA
que traducida a la lengua general de nuestros pueblos
quiere decir
VICTORIA.
Señor
traje de calle. | es |
Chocano,José_Santos | <XXI | Tú,_Que_Vives_La_Vida_Del_Paisaje | Tú, que vives la vida del paisaje;
Tú, que habitas la lóbrega montaña;
A la orilla del río, en la cabaña
De pajizo verdor, ¡Venus salvaje!
Tú, del revoloteo de tu traje
Sacas tu desnudez cual flor extraña
Y la hundes en el río que te baña,
Cual se hundiese una reina en un encaje.
La miel te ha dado ese color moreno
Con que ante el sol, cual las paganas diosas.
Partes en dos la redondez del seno;
Que quien así te viese, al fin supiera
Todas las semejanzas voluptuosas
Que hay entre una mujer y una palmera... | es |
Benedetti,Mario | <XXI | Quién_Me_Iba_A_Decir_Que_El_Destino_Era_Esto | Quién me iba a decir que el destino era esto
Ver la lluvia a través de letras invertidas,
un paredón con manchas que parecen prohombres,
el techo de los ómnibus brillantes como peces
y esa melancolía que impregna las bocinas.
Aquí no hay cielo,
aquí no hay horizonte.
Hay una mesa grande para todos los brazos
y una silla que gira cuando quiero escaparme.
Otro día se acaba y el destino era esto.
Es raro que uno tenga tiempo de verse triste:
siempre suena una orden, un teléfono, un timbre,
y, claro, está prohibido llorar sobre los libros
porque no queda bien que la tinta se corra. | es |
Pombo,Rafael | <XXI | ¡Gran_Noche!..._¡Tanta_Majestad_Me_Aterra | ¡Gran noche!... ¡tanta majestad me aterra,
Tanta sublimidad me causa espanto!
Dios cobija el misterio de la tierra
Con el misterio augusto de su manto.
Al son de aquella mística armonía
La inmensa tierra extático contemplo
Como un cadáver, lívida, sombría,
Bajo la santa bóveda del templo.
Esta sublime paz que me estremece,
Este silencio asombrador, profundo,
Mas bien que una hora mundanal, parece
La víspera imponente de otro mundo.
Como una tregua entre la culpa inerme
Y el rayo que se apronta a fulminarla,
Cuando la pobre humanidad se duerme,
Dios desciende en secreto a visitarla. | es |
García_Nieto,José | <XXI | Xiii | A tu orilla he venido. Tengo un otoño, un pájaro
y una voz desusada. Tú me esperas: un río,
una pasión y un fruto. Y tiene nuestro encuentro
el vuelo, la corriente, seguros, proclamados.
He venido a tu orilla con los brazos tendidos
y ahora ya soy la hierba que no termina nunca,
el barro donde el agua sujeta sus mensajes
y la cuna del cauce para mecer tu sueño.
Dime si estoy pendiente de mi diario trabajo,
si basta a tus oídos mi tristísimo verso
o si a mi sombra vive mejor mayo tu carne.
De tu orilla me iría si ahora me dijeras
que te amo solamente como los hombres aman
o que mi voz te suena como todas las voces. | es |
Torres_y_Villarroel,Diego_de | <XXI | De_Esos_Sucios_Poetas_Malandrines | De esos sucios poetas malandrines
que con puercos y rudos jeringones
tiran agua de charcos y pilones
en vez de agua de rosas y jazmines.
Antonia mía no te determines
a escuchar los conceptos garañones
porque se comparan en las funciones
como perros de falda los mastines.
Tu voz han confundido con su bulla
siendo tú la más blanda trompetilla
que de Apolo en el órgano se halla.
Siendo tu voz la que el sentido arrulla
la más suave y dulce mantequilla
con que si llora Amor Venus le acalla. | es |
Segarra,Iván | XXI | Borinquen..._Si_Supieras | Borinquen... si supieras
en el destierro que vivo.
¡Qué amargura la mía,
mi último poema!
¡Oh, Revoloteada Paloma,
has de cortarme el alma
con tu recuerdo,
y ante toda mi desgracia,
tu refugio
me obsesiona el alma...!
¡Quisiera, quisiera bañarme
en tus ojos cristalinos;
y perderme en tus cabellos
verdes y profundos!
Sentir que eres mía
y perdernos en la quimera
De este loco amor.
¡Qué siente, que ama,
que quiere y no olvida;
tus besos de mariposa,
tu fragancia de velero,
tu corazón y el mío
fundidos en mi pecho!
Y lo que el tiempo
no borrará:
¡Tu amor y el mío!
¿Cómo?, ¿Cómo?,
¿Cómo poder decir?...
Un «Te quiero»
que no ve la luz del día
y en lo más profundo,
me devora el alma mía.
¡Borinquen, Borinquen, Borinquen,
un instinto, una razón,
un te quiero y un te amo,
para la Perla
que me ausenta el pensamiento
de este infortunio
llamado mundo! | es |
Vega,Garcilaso_de_la | <XXI | Soneto_Xv | Si quejas y lamentos pueden tanto,
que enfrenaron el curso de los ríos,
y en los diversos montes y sombríos
los árboles movieron con su canto;
si convertieron a escuchar su llanto
los fieros tigres, y peñascos fríos;
si, en fin, con menos casos que los míos
bajaron a los reinos del espanto,
¿por qué no ablandará mi trabajosa
vida, en miseria y lágrimas pasada,
un corazón conmigo endurecido?
Con más piedad debría ser escuchada
la voz del que se llora por perdido
que la del que perdió y llora otra cosa.
si convertieron a escuchar su llanto
los fieros tigres, y peñascos fríos;
si, en fin, con menos casos que los míos
bajaron a los reinos del espanto,
¿por qué no ablandará mi trabajosa
vida, en miseria y lágrimas pasada,
un corazón conmigo endurecido?
Con más piedad debría ser escuchada
la voz del que se llora por perdido
que la del que perdió y llora otra cosa.
¿por qué no ablandará mi trabajosa
vida, en miseria y lágrimas pasada,
un corazón conmigo endurecido?
Con más piedad debría ser escuchada
la voz del que se llora por perdido
que la del que perdió y llora otra cosa.
Con más piedad debría ser escuchada
la voz del que se llora por perdido
que la del que perdió y llora otra cosa. | es |
Bécquer,Gustavo_Adolfo | <XXI | Rima_Viii | Cuando miro el azul horizonte
perderse a lo lejos,
al través de una gasa de polvo
dorado e inquieto,
me parece posible arrancarme
del mísero suelo
y flotar con la niebla dorada
en átomos leves
cual ella deshecho.
Cuando miro de noche en el fondo
oscuro del cielo
las estrellas temblar como ardientes
pupilas de fuego,
me parece posible a do brillan
subir en un vuelo
y anegarme en su luz, y con ellas
en lumbre encendido
fundirme en un beso.
En el mar de la duda en que bogo
ni aun sé lo que creo;
sin embargo estas ansias me dicen
que yo llevo algo
divino aquí dentro. | es |
Gamoneda,Antonio | <XXI | Todos_Los_Árboles_Se_Han_Puesto_A_Gemir | Todos los árboles se han puesto a gemir dentro de mi espíritu al recordar tus bragas en la oscuridad, la luz debajo de tu piel, tus pétalos vivientes.
Atravesando los aniversarios, a veces viajan las palomas ebrias.
Venga desnuda tu misericordia, ah paloma mortal, hija del campo. | es |
Cetina,Gutierre_de | <XXI | Cuando_A_Escribir_De_Vos_El_Alma_Mía | Cuando a escribir de vos el alma mía
se mueve, tanto que alabar se ofrece
que el ingenio y el arte desfallece
y sólo el desear queda por guía.
Este deseo la tira y la desvía
de cuanto acá hermoso nos parece,
y en la eterna beldad do resplandece
la que vemos acá, mira y porfía.
De aquí nace otro efecto: que mirando
vuestra beldad en la beldad del cielo,
entre las otras puesta en alta cima,
se inflama de otro ardor que sentía cuando
acá os miraba, y de un más limpio celo.
¡Qué el bien más conocido más se estima! | es |
Gelman,Juan | <XXI | Tu_Pelo_Habrá_Crecido | “tu pelo habrá crecido”
canto en mi soledad
y lo acaricio | es |
Hahn,Óscar | <XXI | Mirando_Por_La_Ventana | Hay algo que espero junto a mi ventana
algo que espero en la noche estrellada
No es la muerte
porque de la muerte no espero nada
No es el amor
porque el amor me lo ha dado todo
Es algo que está entre el amor y la muerte
algo que no tiene nombre
algo que no tiene cuerpo
Así que lo mejor es que siga esperando
hasta que aquello me diga su nombre
hasta que aquello me entregue su cuerpo
y hagamos el amor más allá del amor
y muramos de amor más allá de la muerte. | es |
Guerra,Edward | XXI | Cuántos_Besos_Han_Pasado_Con_El_Viento | cuántos besos han pasado con el viento
cuántos sueños se han ido con la canela
como he podido,
ese dolor de mujer,
como he soportado quemarme los labios
cuántos corazones destrozados
cuántos sueños hechos polvo
cómo he podido
soñarte sin haberte probado
sin haberte amado
cómo he podido quererte
antes de conocerte
cuántos años se han pasado
de frente y sin alarma
cuántas botellas de vino se han ido
cuántas rosas tiré a las mujeres de una noche
a las almas sin nombre
a los nombre sin alma
a las Anas
cuántas caricias fingidas
cuántos sueños perdidos | es |
Quintana,Manuel_José | <XXI | Tarde_Este_Libro_A_Tus_Manos | Tarde este libro a tus manos
Se vuelve, niña gentil,
Con el tributo de versos
Que me piden para ti
Bien quisiera yo que fueran
Dignos de tu verde Abril,
Tan frescos como la rosa,
Tan puros como el jazmín;
Y que volando atrevido
A modo de aura sutil,
Las alas de los amores
Te pareciera sentir.
A haber gozado un momento
De tu amable trato, al fin,
Fueran más bellos, sin duda,
Como inspirados por ti.
Una vez sola al pasar
Cual relámpago te vi,
Y no es más dulce la aurora
Cuando comienza a reír.
Y al ver la gracia y la gala
Con que brillabas allí,
Entre las danzas festivas
De las bellas de Madrid,
¡Bien dichoso es quien la adora!
Sin poder más, prorrumpí,
¡Y el que la deba un suspiro
Mil y mil veces feliz!
Ni pienses tú que desdice
Este acento juvenil
De los años que severos
Ya se agolpan sobre mí,
Pues aunque Do deba amar,
¿Por qué no podré aplaudir
En el tributo de versos
Que me piden para ti? | es |
Agustini,Delmira | <XXI | Visión | ¿Acaso fue en marco de ilusión,
En el profundo espejo del deseo,
O fue divina y simplemente en vida
Que yo te vi velar mi sueño la otra noche?
En mi alcoba agrandada de soledad y miedo,
Taciturno a mi lado apareciste
Como un hongo gigante, muerto y vivo,
Brotado en los rincones de la noche
Húmedos de silencio,
Y engrasados en sombra y soledad.
Te inclinabas a mí supremamente,
Como a la copa de cristal de un lago
Sobre el mantel de fuego del desierto;
Te inclinabas a mí, como un enfermo
De la vida a los opios infalibles
Y a las vendas de piedra de la Muerte;
Te inclinabas a mí como el creyente
A la oblea de cielo de la hostia...
—Gota de nieve con sabor de estrellas
Que alimenta los lirios de la Carne,
Chispa de Dios que estrella los espíritus—.
Te inclinabas a mí como el gran sauce
De la melancolía
A las ondas lagunas del silencio;
Te inclinabas a mí como la torre
De mármol del Orgullo,
Minada por un monstruo de tristeza,
A la hermana solemne de tu sombra...
Te inclinabas a mí como si fuera
mi cuerpo la inicial de tu destino
En la página oscura de mi lecho;
Te inclinabas a mí como al milagro
De una ventana abierta al más allá.
¡Y te inclinabas más que todo eso!
Y era mi mirada una culebra
Apuntada entre zarzas de pestañas,
Al cisne reverente de tu cuerpo.
Y era mi deseo una culebra
Glisando entre los riscos de la sombra
¡A la estatua de lirios de tu cuerpo!
Tú te inclinabas más y más... y tanto,
Y tanto te inclinaste,
Que mis flores eróticas son dobles,
Y mi estrella es más grande desde entonces,
Toda tu vida se imprimió en mi vida...
Yo esperaba suspensa el aletazo
Del abrazo magnífico; un abrazo
De cuatro brazos que la gloria viste
De fiebre y de milagro, será un vuelo!
Y pueden ser los hechizados brazos
Cuatro raíces de una raza nueva;
Y esperaba suspensa el aletazo
Del abrazo magnífico...
¡Y cuando,
Te abrí los ojos como un alma, y vi
Que te hacías atrás y te envolvías
En yo no sé qué pliegue inmenso de la sombra! | es |
Dalton_García,Roque | <XXI | El_Último_Vagón_Ha_Matado_Al_Cisne | El último vagón ha matado al cisne
Su mayor enemigo fue la mancha de barro
y he aquí que hoy sus estertores anegan
de suciedad los trajes de los traseúntes.
Los niños ríen y traen varitas agudas
para rematarlo a estocadas. | es |
Valencia,Guillermo | <XXI | Hay_Un_Instante_Del_Crepúsculo | Hay un instante del crepúsculo
en que las cosas brillan más,
fugaz momento palpitante
de una morosa intensidad.
Se aterciopelan los ramajes,
pulen las torres su perfil,
burila un ave su silueta
sobre el plafondo de zafir.
Muda la tarde, se concentra
para el olvido de la luz,
y la penetra un don süave
de melancólica quietud,
como si el orbe recogiese
todo su bien y su beldad,
toda su fe, toda su gracia
contra la sombra que vendrá...
Mi ser florece en esa hora
de misterioso florecer;
llevo un crepúsculo en el alma,
de ensoñadora placidez;
en él revientan los renuevos
de la ilusión primaveral,
y en él me embriago con aromas
de algún jardín que hay ¡más allá!...
Se aterciopelan los ramajes,
pulen las torres su perfil,
burila un ave su silueta
sobre el plafondo de zafir.
Muda la tarde, se concentra
para el olvido de la luz,
y la penetra un don süave
de melancólica quietud,
como si el orbe recogiese
todo su bien y su beldad,
toda su fe, toda su gracia
contra la sombra que vendrá...
Mi ser florece en esa hora
de misterioso florecer;
llevo un crepúsculo en el alma,
de ensoñadora placidez;
en él revientan los renuevos
de la ilusión primaveral,
y en él me embriago con aromas
de algún jardín que hay ¡más allá!...
Muda la tarde, se concentra
para el olvido de la luz,
y la penetra un don süave
de melancólica quietud,
como si el orbe recogiese
todo su bien y su beldad,
toda su fe, toda su gracia
contra la sombra que vendrá...
Mi ser florece en esa hora
de misterioso florecer;
llevo un crepúsculo en el alma,
de ensoñadora placidez;
en él revientan los renuevos
de la ilusión primaveral,
y en él me embriago con aromas
de algún jardín que hay ¡más allá!...
como si el orbe recogiese
todo su bien y su beldad,
toda su fe, toda su gracia
contra la sombra que vendrá...
Mi ser florece en esa hora
de misterioso florecer;
llevo un crepúsculo en el alma,
de ensoñadora placidez;
en él revientan los renuevos
de la ilusión primaveral,
y en él me embriago con aromas
de algún jardín que hay ¡más allá!...
Mi ser florece en esa hora
de misterioso florecer;
llevo un crepúsculo en el alma,
de ensoñadora placidez;
en él revientan los renuevos
de la ilusión primaveral,
y en él me embriago con aromas
de algún jardín que hay ¡más allá!...
en él revientan los renuevos
de la ilusión primaveral,
y en él me embriago con aromas
de algún jardín que hay ¡más allá!... | es |
Loynaz,Dulce_María | <XXI | San_Miguel_Arcángel | Por la tarde,
a contraluz
te pareces
a San Miguel Arcángel.
Tu color oxidado,
tu cabeza de ángel—
guerrero, tu silencio
y tu fuerza...
Cuando arde
la tarde,
desciendes sobre mí
serenamente;
desciendes sobre mí,
hermoso y grande
como un Arcángel.
Arcángel San Miguel,
con tu lanza relampagueante
clava a tus pies de bronce
el demonio escondido
que me chupa la sangre... | es |
Rébora,Marilina | <XXI | La_Antorcha | Juntas, bajo el cristal, amoroso capricho,
la Virgen de la Linda Vidriera de Colores,
atavío en azul sobre encarnado nicho,
como ascuas centelleantes los vivos resplandores;
Nefertiti, la reina, que muestra de perfil
tan alargado cuello —por fino, más esbelto—,
y que el rostro parece esculpido en marfil,
el cabello invisible en ceñidor envuelto.
Y a más, La Sirenita, esperando en la roca
los barcos que se acercan hasta el puerto danés.
Así la azul imagen, Nefertiti y su toca,
y el ser de sortilegio que aguarda en Copenhague,
alimentan la antorcha, para que no se apague,
ésa que en el espíritu arde con ellas tres. | es |
Figueroa,Francisco_de | <XXI | Soneto_L | Lauro, que en la rivera deleitosa
Un tiempo, ahora solitaria y triste,
Del Arbia en gloria y en honor creciste
A par de otra cualquier planta gloriosa;
¿Quién indigno de bien tanto, reposa
A tu sombra? Si a mí siempre me ardiste,
¿Qué frente enderredor de ti ceñiste?
¡Oh raro don de la más casta Diosa!
¡Ah! vos, manos injustas, del ajeno
Tesoro usurpadoras, mansamente
Tratad mi vida, que en sus hojas mora:
Y tú cruel, que tan profundamente
Tendiste tus raíces por mi seno
Crece del llanto, que tu Tirsi llora. | es |
Gelman,Juan | <XXI | Anclao_En_París | Al que extraño es al viejo león del zoo,
siempre tomábamos café en el Bois de Boulogne,
me contaba sus aventuras en Rhodesia del Sur
pero mentía, era evidente que nunca se había movido del Sahara.
De todos modos me encantaba su elegancia,
su manera de encogerse de hombros ante las pequeñeces de la vida, miraba a
los franceses por la ventana del café y decía «los idiotas hacen hijos».
Los dos o tres cazadores ingleses que se había comido le
provocaban malos recuerdos y aún melancolía, «las cosas que
uno hace para vivir» reflexionaba mirándose la melena en el
espejo del café.
Sí, lo extraño mucho,
nunca pagaba la consumición,
pero indicaba la propina a dejar
y los mozos lo saludaban con especial deferencia.
Nos despedíamos a la orilla del crepúsculo,
él regresaba a son bureau, como decía,
no sin antes advertirme con una pata en mi hombro
«ten cuidado, hijo mío, con el París nocturno».
Lo extraño mucho verdaderamente, sus ojos se llenaban a veces de desierto
pero sabía callar como un hermano cuando emocionado, emocionado, yo le
hablaba de Carlitos Gardel. | es |
Medrano,Francisco_de | <XXI | Soneto_Vii | Estaba de mi edad en el florido
abril, que fruto asaz me prometía,
y de mi Flora en el regazo un día
vi reposar al niño Amor dormido.
Las alas que tan alto lo han subido,
por no bajar, abandonado había;
yo, que de celos y de envidia ardía,
tenté con ellas usurparle el nido.
Volar tenté; mas, de la luz medroso
de tus soles, ¡oh Flora! mudé intento,
con el fracaso de Ícaro avisado;
que es mal valor tal vez ser temeroso,
y no siempre fortuna da al osado
favor, ni quiere el gusto ser violento. | es |
Martí,José | <XXI | Poeta | 1
Como nacen las palmas en la arena
Y la rosa en la orilla al mar salobre,
Así de mi dolor mis versos surgen
Convulsos, encendidos, perfumados.
Tal en los mares sobre el agua verde,
La vela hendida, el mástil trunco, abierto
A las ávidas olas el costado,
Después de la batalla fragorosa
Con los vientos, el buque sigue andando.
¡Horror, horror! ¡En tierra y mar no había
Más que crujidos, furia, niebla y lágrimas!
Los montes, desgajados sobre el llano
Rodaban; las llanuras, mares turbios,
En desbordados ríos convertidas,
Vaciaban en los mares; un gran pueblo
Del mar cabido hubiera en cada arruga;
Estaban en el cielo las estrellas
Apagadas; los vientos en jirones
Revueltos en la sombra, huían, se abrían,
Al chocar entre sí, y se despeñaban;
En los montes del aire resonaban
Rodando con estrépito; ¡en las nubes
Los astros locos se arrojaban llamas!
Río luego el Sol; en tierra y mar lucía
Una tranquila claridad de boda.
¡Fecunda y purifica la tormenta!
Del aire azul colgaban ya, prendidos
Cual gigantescos tules, los rasgados
Mantos de los crespudos vientos, rotos
En el fragor sublime. ¡Siempre quedan
Por un buen tiempo luego de la cura
Los bordes de la herida sonrosados!
Y el barco, como un niño, con las olas
Jugaba, se mecía, traveseaba. | es |
Iriarte,Tomás_de | <XXI | Yo_Leí,_No_Sé_Dónde,_Que_En_La_Lengua_Herbolaria | Yo leí, no sé dónde, que en la lengua herbolaria
saludando al tomillo la hierba parietaria,
con socarronería le dijo de esta suerte:
«Dios te guarde, tomillo: lástima me da verte,
que aunque más oloroso que todas estas plantas,
»apenas medio palmo del suelo te levantas».
Él responde: «Querida, chico soy, pero crezco
sin ayuda de nadie. Yo sí te compadezco;
pues, por más que presumas, ni medio palmo puedes
medrar, si no te arrimas a una de esas paredes».
Cuando veo yo algunos que de otros escritores
a la sombra se arriman y piensan ser autores
con poner cuatro notas, o hacer un prologuillo,
estoy por aplicarles lo que dijo el tomillo.
Nadie pretenda ser tenido por autor sólo con poner un ligero prólogo, o algunas notas a libro ajeno. | es |
Chocano,José_Santos | <XXI | Oda_Fúnebre._Vico__Calvo | Cíñete la carátula,
ponte el coturno tétrico
la carátula negra y el coturno del mal.
Y con un gesto olímpico,
¡oh musa hispana!, yérguete
sobre la escalinata de un canto funeral.
Es el instante único
en el que van exánimes
dos hombres que en la gloria partiéronse un laurel;
y al contemplar sus túmulos
deben gemir los ánimos
cual mármoles que suenan al golpe del cincel.
Pasa el cortejo trágico.
Delante van cien vírgenes,
un tamboril siniestro y un ronco caracol...
Vírgenes de albas túnicas
llevan sus cirios trémulos,
como en un luminoso pentecostés del Sol.
En los hombros atléticos
de musculosos jóvenes,
pesadamente avanza fatídico ataúd;
tal un perpetuo símbolo
en el que, en rito helénico,
la muerte va apoyada sobre la juventud.
Después marchan los proceres
de las virtudes cívicas,
la dinastía regia, la grave majestad;
y así es como adivínanse,
en el tropel innúmero,
las olas incesantes que vienen de otra Edad.
Al fin, un coro místico
salmodia un rezo unánime
en que el lamento cunde con íntimo fervor.
Cien voces, cual son lóbrego
de cien cavernas cóncavas,
pregonan en cien cantos dos muertes y un dolor.
(Otro ataúd fantástico
pone su nota lúgubre
bajo del áurea lluvia de meridiana luz).
Detrás de cada féretro,
con la actitud enérgica
del puño de una espada, levántase una cruz.
Uno es la Fuerza: el ábrego;
otro es la Gracia: el céfiro.
Y ambos tienen las notas de todo el diapasón.
Los dos vibran armónicos,
cual puestos al unísono
dos cítaras de nervios y un solo corazón.
¿Y quiénes son los héroes
que así a dormir dirígense,
entre el tropel, al seno de tierra maternal?
Los dos fueron los mágicos
que, en maravilla escénica,
representaron toda la Vida: el Bien y el Mal.
Tal el Quijote clásico
baja del rocín lírico,
porque se siente lleno de espíritu español;
y se une al tropel póstumo,
llevando un cirio fúnebre
en cuya punta tiembla como una chispa el Sol. | es |
Unamuno,Miguel_de | <XXI | Nudo_Preso_Al_Azar_De_Los_Caminos | Nudo preso al azar de los caminos
bajo el agüero de una roja estrella,
él desde el cierzo, desde el ábrego ella,
rodando a rumbo suelto peregrinos.
Al mismo arado uncieron sus destinos
y sin dejar sobre la tierra huella
se apagaron igual que una centella
de hoguera. Y se decían los vecinos:
¿De dónde acá ese par de mariposas?
¿y hacia dónde se fue? ¿cuál su ventura?
su vida, ¿para qué ? como las rosas
se ajaron sin dar fruto; ¡qué locura
quemarse así las alas! ¡Necias cosas
de amor, siempre menguado pues no dura! | es |
Istarú,Ana | <XXI | El_Hambre_Ocurre | el hambre
su alquimia pertinaz
transmutación violenta
en la costilla
tener un hombre vivo entre los dedos
tirárselo a la muerte
el hambre es una muerte
que se hace la olvidada
se demora
finge buscar su cita en la libreta
pero al final te toca
y es una brea
inarrancable
no deja cicatriz
o sustrae al más pequeño de la casa
lo convida
al baile helado
el hambre ocurre
esto lo escribo en Costa Rica
estamos en setiembre ochenta y cinco
pero resulta
la muerte aquí es católica apostólica
el sueño en que moramos no resiste
este grillete
así nadie comenta
el hambre queda en rasgo de mal gusto
la paz
aquí la paz se nutre con la sangre
transmutación violenta
en la costilla
tener un hombre vivo entre los dedos
tirárselo a la muerte
el hambre es una muerte
que se hace la olvidada
se demora
finge buscar su cita en la libreta
pero al final te toca
y es una brea
inarrancable
no deja cicatriz
o sustrae al más pequeño de la casa
lo convida
al baile helado
el hambre ocurre
esto lo escribo en Costa Rica
estamos en setiembre ochenta y cinco
pero resulta
la muerte aquí es católica apostólica
el sueño en que moramos no resiste
este grillete
así nadie comenta
el hambre queda en rasgo de mal gusto
la paz
aquí la paz se nutre con la sangre
tener un hombre vivo entre los dedos
tirárselo a la muerte
el hambre es una muerte
que se hace la olvidada
se demora
finge buscar su cita en la libreta
pero al final te toca
y es una brea
inarrancable
no deja cicatriz
o sustrae al más pequeño de la casa
lo convida
al baile helado
el hambre ocurre
esto lo escribo en Costa Rica
estamos en setiembre ochenta y cinco
pero resulta
la muerte aquí es católica apostólica
el sueño en que moramos no resiste
este grillete
así nadie comenta
el hambre queda en rasgo de mal gusto
la paz
aquí la paz se nutre con la sangre
el hambre es una muerte
que se hace la olvidada
se demora
finge buscar su cita en la libreta
pero al final te toca
y es una brea
inarrancable
no deja cicatriz
o sustrae al más pequeño de la casa
lo convida
al baile helado
el hambre ocurre
esto lo escribo en Costa Rica
estamos en setiembre ochenta y cinco
pero resulta
la muerte aquí es católica apostólica
el sueño en que moramos no resiste
este grillete
así nadie comenta
el hambre queda en rasgo de mal gusto
la paz
aquí la paz se nutre con la sangre
finge buscar su cita en la libreta
pero al final te toca
y es una brea
inarrancable
no deja cicatriz
o sustrae al más pequeño de la casa
lo convida
al baile helado
el hambre ocurre
esto lo escribo en Costa Rica
estamos en setiembre ochenta y cinco
pero resulta
la muerte aquí es católica apostólica
el sueño en que moramos no resiste
este grillete
así nadie comenta
el hambre queda en rasgo de mal gusto
la paz
aquí la paz se nutre con la sangre
pero al final te toca
y es una brea
inarrancable
no deja cicatriz
o sustrae al más pequeño de la casa
lo convida
al baile helado
el hambre ocurre
esto lo escribo en Costa Rica
estamos en setiembre ochenta y cinco
pero resulta
la muerte aquí es católica apostólica
el sueño en que moramos no resiste
este grillete
así nadie comenta
el hambre queda en rasgo de mal gusto
la paz
aquí la paz se nutre con la sangre
no deja cicatriz
o sustrae al más pequeño de la casa
lo convida
al baile helado
el hambre ocurre
esto lo escribo en Costa Rica
estamos en setiembre ochenta y cinco
pero resulta
la muerte aquí es católica apostólica
el sueño en que moramos no resiste
este grillete
así nadie comenta
el hambre queda en rasgo de mal gusto
la paz
aquí la paz se nutre con la sangre
o sustrae al más pequeño de la casa
lo convida
al baile helado
el hambre ocurre
esto lo escribo en Costa Rica
estamos en setiembre ochenta y cinco
pero resulta
la muerte aquí es católica apostólica
el sueño en que moramos no resiste
este grillete
así nadie comenta
el hambre queda en rasgo de mal gusto
la paz
aquí la paz se nutre con la sangre
el hambre ocurre
esto lo escribo en Costa Rica
estamos en setiembre ochenta y cinco
pero resulta
la muerte aquí es católica apostólica
el sueño en que moramos no resiste
este grillete
así nadie comenta
el hambre queda en rasgo de mal gusto
la paz
aquí la paz se nutre con la sangre
pero resulta
la muerte aquí es católica apostólica
el sueño en que moramos no resiste
este grillete
así nadie comenta
el hambre queda en rasgo de mal gusto
la paz
aquí la paz se nutre con la sangre
la paz
aquí la paz se nutre con la sangre
aquí la paz se nutre con la sangre | es |
Darío,Rubén | <XXI | Bota,_Bota,_Bella_Niña | Bota, bota, bella niña,
ese precioso collar
en que brillan los diamantes
como el líquido cristal
de las perlas del rocío
matinal.
Del bolsillo de aquel sátiro
salió el oro y salió el mal.
Bota, bota esa serpiente
que te quiere estrangular
enrollada en tu garganta
hecha de nieve y coral.
Bota, bota esa serpiente
que te quiere estrangular
enrollada en tu garganta
hecha de nieve y coral. | es |
Luis,Leopoldo_de | <XXI | No_Hay_Paisaje_Sin_Ti._Qué_Roca_Oscura | No hay paisaje sin ti. Qué roca oscura,
qué mar de plomo, qué amarillo cielo.
Es sólo tu mirada la que infunde
belleza y claridad. Máquina extraña
que elabora el prodigio del paisaje.
Sólo es rosa la rosa si la miras
y este trozo de tierra abrupta y este
trozo de mar sombrío se revelan
en tus laboratorios cerebrales.
Ah, si fuese verdad tanta belleza.
Pero la verdad nace en los sentidos.
La verdad es tu mano y es tu lengua,
tu nariz, tus oídos, tus pupilas
y tu humana conciencia recogiendo
tanto material presto a la hermosura.
Cuando la bomba aséptica extermine
córneas, tímpanos, lenguas, pituitarias
y piel en forma tuya edificados,
¿qué será de esta pobre geografía
sin el soplo de un dios que la despierte? | es |
Pardo_García,Germán | <XXI | Trabajador_En_Surcos_Inmortales | Trabajador en surcos inmortales,
pido salario cual obrero pobre.
A la orilla del mar prisma salobre
y en las selvas intensos romerales.
Es para mi familia de zorzales.
Les dará mi trabajo lo que sobre
de alguna estrella. Y que la brisa cobre
después por mí los tímidos jornales.
Para implorar ocupación levanto
súplica azul humildemente escrita:
en esta casa de escondido encanto
un ruiseñor de oscuridad habita.
En cada amanecer muere su canto,
pero todas las noches resucita. | es |
Machado,Manuel | <XXI | Teresa_De_Jesús | Morir de no morir —¡qué bien decías!—
es mi pena también cuando en ti pienso.
Y, contagiado de tu amor inmenso,
vivo sin mí cual tú sin ti vivías.
Y es mi pura pasión de tal manera,
de premio alguno ni merced avara,
que aun no siendo tan grande te admirara,
y aunque no fueras santa te quisiera.
De tu amor a Jesús maravillado,
de sólo verte amar enamorado,
como tú le llorabas yo te lloro.
Como tú suspiraste yo suspiro...
como tú deliraste yo deliro...
Como tú lo adoraste yo te adoro. | es |
Chocano,José_Santos | <XXI | Oda_Olímpica_(A_La_Juventud) | No la épica trompa, con que Homero
pregonó las hazañas inmortales
del cauto Ulises y de Aquiles fiero,
sino la ebúrnea lira es la que quiero
para romper en cánticos triunfales.
Píndaro sea el lírico maestro
que entre los nueve clásicos descuella,
quien su lira me dé, para que en ella
tenga un oasis la aridez del estro.
Cantaré, cual ayer cantara él mismo,
los simulacros bélicos, que al choque
imprimen en el alma el heroísmo,
como el cincel las formas en el bloque;
y ensalzaré al poeta sin rivales,
ya que esos juegos de viril porfía
son como los perpetuos funerales
del que en sus odas los cantara un día.
¡Loada la gloriosa primavera,
que en la sien juvenil prodiga flores,
al romper las batallas de la vida!
Juventud que se envuelve en su bandera
es digna de los líricos honores,
ya que tampoco la lección no olvida
que le dieron luchando sus mayores.
Cantar el porvenir, cuando en la cumbre
aún no se ha apagado
el vivo ejemplo de la excelsa lumbre
que encendieron los héroes del pasado,
es pedir el laurel, ganar la gloria,
atropellarse para entrar en lucha,
asordar los oídos de la Historia
con voz de reto que tronar se escucha,
amanecer a la futura brega
y prepararse a la feliz victoria,
sentirse grande en el combate rudo,
y ya no a modo de la raza griega
morir, sino nacer sobre el escudo.
¡Salve a ti, primavera de esperanzas,
que sobre el hielo del dolor avanzas
resucitando las marchitas flores;
salve a ti, Juventud, que en la ancha arena
expandes con la lucha tus vigores,
disipas los nublados de tu pena,
y, rica de laurel, en la porfía
corres como una olímpica figura,
tras la copa del triunfo, en la que un día
nos brindarás no sorbos de amargura,
sino siquiera gotas de ambrosía!
Digno es del áureo verso el varón fuerte,
que, crecido a la sombra de la palma,
se ríe desde niño de la muerte
y tiene sano el cuerpo y grande el alma.
Maldito el que desgasta sus abriles
en estancarse con mortuoria calma,
o en robar horas al placer violento,
sacudiendo sus años juveniles,
como hojas secas que se lleva el viento.
No es Juventud la que llorosa y triste,
huérfana de coronas y apocada,
ni la fatiga ni el dolor resiste.
¿Qué sabe de la lid, qué del trabajo?
Ni hundir la reja, ni vibrar ia espada.
Falta de fuerzas sobre el hondo tajo
del arado viril, llora y se abate;
y si tiene tal vez planta ligera,
¡no será para el triunfo en la carrera,
sino para la fuga en el combate!
Cuando haya muerto el pundonor, y en vano
flote el postrer girón de la bandera;
cuando en el fondo del dolor humano
aliente vil resignación, y el hierro
duerma sueño de paz sin que haya mano
que lo sepa blandir: cuando del perro
llegue a la luna el retador ladrido,
y el Fénix no renazca y entre el fango
muera el cisne de Leda, conmovido.
No debe el vate de apolíneo rango
llorar, sino rugir. Si las vilezas
desparecen al fuego y queda ei oro,
desate sobre todas las cabezas
lenguas de fuego el cántico sonoro.
La femenil ciudad en que las danzas
laxaron el vigor: en que la fiesta
para siempre jamás rompió las lanzas;
en que la Juventud a los altares
corre de Baco, y gala deshonesta
hace de anacreónticos cantares;
la femenil ciudad, que el bien olvida
y apresura el placer, por justa suerte
ha de ver en la aurora de su vida
la repentina noche de su muerte.
Incendiada será. Y así que, presa
de la llama voraz, quede en pavesa.
El pindárico vate no vencido
romperá en odas de triunfantes lizas;
y sobre la ciudad, como un rugido,
pasará luego el viento del olvido,
sacudiendo el crespón de sus cenizas...
No, no sois los que, prestos a la arena,
sabéis correr con entusiasmo, aquellos,
rendidos en mitad de la faena,
jóvenes que disipan sus destellos
en las danzantes fiestas: de la lira
suenan así los cánticos mejores,
dando a los aires la alabanza vuestra;
porque la musa varonil se inspira,
cuando ve que del tálamo de flores
caéis de un salto en la marcial palestra.
Ya otra vez el asombro ha preguntado
si los que del amor hacían gala,
eran los mismos que, en la patria historia,
honraban las insignias del soldado,
batían antes de morir el ala
y espantaban la muerte con su gloria.
Los que mimados en su infancia han sido
guardan un noble corazón, que late
a todo impulso generoso: el nido
águilas da también para el combate.
El amor no es endeble: Hércules ama.
No porque estéis con el acero en mano
listo a la lucha el corazón amante
en vuestro pecho yacerá dormido;
porque en la misma fragua en que Vulcano
nace los fieros rayos del Tonante,
hace también las flechas de Cupido.
¡Oh mancebo gentil, rompe el estrecho
molde femíneo de tus formas puras!
Levanta el amplio y vigoroso pecho,
enciérrate entre férreas ligaduras,
échate ingentes pesos sobre el hombro,
cubre larga distancia en tu carrera;
y alcanzarás el merecido asombro
de la tímida virgen que te viera.
No robes con placeres la pujanza
a tu virilidad: rápido avanza
a conquistar la deifica corona;
y así que cunda el músculo en tus brazos
y cobren solidez tus formas bellas,
al son del himno que tu elogio entona,
ya podrás descansar en los regazos
de rendidas y cándidas doncellas...
Bebe el clásico zumo de las vides,
y consagra a tu amor dulces instantes,
pero, al beber el zumo, no te olvides
de hacerlo en copa de oro, siempre que antes
sepas ganarla en las hercúleas lides.
Entonces el amor será más fuerte,
más digno, más viril. Ya tu deseo
podrás colmar en placentera suerte,
mientras que, en repentina catarata,
las desatadas ondas del Alfeo
se harán en tu loor lenguas de plata!...
Es tiempo ya de que en la arena ardiente
quede probado el músculo. El presente
así sintiera venturoso orgullo,
al ver que el porvenir busca vigores.
¡Es tiempo ya, titanes en capullo,
de romper el botón, y hacerse flores!...
¡Ah, con qué agrado miraréis, mañana
que os opriman los hielos de la vida,
la empolvada corona, que, pendiente
del muro, os hablará de la lozana
juventud en que fausta y engreída
ciñó de triunfos vuestra misma frente!
Y al tocaros quizás esos cabellos
que laureados así viéronse un día,
sentiréis sólo deshacerse en ellos
nevados copos de ceniza fría...
Más vuestra ancianidad, cual la del roble,
rica en savia ha de ser, que siempre queda
huella de glorias tras la lucha noble.
¡Qué importa la vejez, si cada ruina
escondido quizás guarda un tesoro!...
Finge un molino trágico la rueda
de la suerte, que rápido camina;
y así del trigo de los bucles de oro
brotan las canas como blanca harina.
Pero antes ¡ah! de que lleguéis a ancianos
probaréis vuestra gloria. El varón fuerte
recoge el fruto con sus propias manos,
o lo arranca del árbol de la suerte...
No buscáis para el músculo las galas
de fuerza inútil: ¿para qué las alas
si no es para el empuje a lo infinito?
Anima al viril brazo el noble anhelo
de romper las prisiones del granito
y redimir los gérmenes del suelo;
y un numen sacro en su labor lo inspira,
cuando, al vibrar el victorioso tajo,
la herramienta pulsada como lira
canta las epopeyas del trabajo.
El arado abrirá sobre los valles
surcos de salvación. Taladro fiero
hará saltar la roca de las minas.
La multitud no azotará las calles,
sino que, en esa redención de acero,
cruzará el campo, vestirá las ruinas,
voceará en las silentes soledades,
romperá el hielo de las arduas cumbres,
y, al soplo de huracán de las edades,
volará en busca de las nuevas lumbres,
cual si fuera en un éxodo de gloria,
que remozando la pasada vida
evocase otra vez sobre la Historia
la visión de la Tierra Prometida.
En su carrera ese desborde humano
azotará las despobladas zonas,
como azota la faz del oceano
con su látigo de agua el Amazonas.
Los verdes campos alzarán cantares,
las biavas cumbres ceñirán coronas,
los negros antros abrirán caminos;
y cubrirán nuestros desnudos mares
bosques flotantes de veleros pinos.
Y al avance del ímpetu que crea,
se tornará la selva en limpio llano,
y en ciudad fausta la pajiza aldea,
y el árido desierto ya no en vano
se extenderá con mendicante anhelo,
cual si fuera la palma de una mano
que le implorara una limosna al cielo;
y para darnos sus mejores minas
conmoviéndose entonces las montañas,
como desesperadas heroínas,
se abrirán ellas mismas las entrañas.
En tan ruda labor las damas bellas,
que ora regalan al amor su aliento,
ora avivan la luz de las estrellas,
ora enriquecen de perfume el viento,
sabrán también, como en lejano día,
para acrecer el bélico tesoro,
cortáronse entusiastas a porfía,
hasta sus crenchas de abenuz o de oro,
hollar el campo y doblegar la frente
sobre el surco, que abierto con fatigas
se bautiza y fecunda con sudores:
tal la bíblica Ruth que humildemente
va sólo recogiendo las espigas
que quiebran al pasar los segadores...
Si logramos unir en nuestra historia
al noble oorazón el brazo fuerte,
gozaremos la alianza de la gloria
y no nos vencerá sino la muerte.
Nada importa morir, si cada tumba
en un bosque de lauros se convierte.
¡Bello es que un pueblo sin temblar sucumba!
En el osario sus despojos yertos
se regarán con llantos compasivos;
que ante la tumba de los héroes muertos
se postrarán los vencedores vivos.
¡Oh vencedor, que altivo te levantas,
piensa, si las rodillas no quebrantas,
que la que cumbre fue se torna abismo!
El polvo que hoy está bajo tus plantas,
mañana puede estar sobre ti mismo.
Para salvar los áridos desiertos
que tras de cada tumba abre el olvido,
—libros en blanco para siempre abiertos,
en que la voz de los elogios calla—,
nada importa vencer, ni ser vencido:
lo que importa es ser grande en la batalla.
No te arrepientas, Juventud, si acaso
en los esfuerzos de tu afán prolijos
hallas suerte fatal; afirma el paso:
que la fe de los padres en ocaso
renace en el oriente de los hijos.
No te arrepientas, Juventud. El vate
tampoco de tu elogio se arrepienta,
ya que pulsó de Píndaro la lira.
La fe en el porvenir gana el combate,
la duda en el combate es una afrenta,
la afrenta de esa duda horror inspira;
y el arrepentimiento encoge el ala,
no vence más en las contiendas rudas,
¡y va a besar los pies como Magdala,
o a colgarse de un árbol como Judas! | es |
Flórez,Julio | <XXI | Si_Yo_Pudiera_Desgarrar_La_Oscura | Si yo pudiera desgarrar la oscura
sombra que envuelve tus despojos yertos,
y contemplar deshecha tu hermosura
en medio del recinto de los muertos,
y volverte la vida un solo instante,
al mirarnos atónitos las caras,
¡cómo rïera yo de tu semblante!
Y tú, pobre mujer... ¡cómo lloraras! | es |
Aridjis,Homero | <XXI | El_Ojo_Negro_De_La_Totalidad | El dios jaguar salió del inframundo.
La luz del mediodía se volvió ceniza.
La sombra de la Luna cubrió la Tierra.
El cono blanco del Popo se tornó humo.
La pirámide del Sol se hizo tiniebla.
El alumbrado público se apagó.
El crepúsculo espectral alcanzó al cielo.
La noche de siete minutos comenzó.
El eclipse del milenio cobró forma.
La corona radiante rodeó al Sol.
Plumas de oro cubrieron el espacio.
El ojo negro de la totalidad miró hacia abajo.
Rojo. Verde. Blanco. Azul.
Unos segundos.
Eso fue todo. | es |
Bello,Andrés | <XXI | Orlando_De_Albraca | El poeta filósofo del Lacio
dice que la mujer (yo no interpreto
literalmente, porque el propio Horacio
se lo prohibe a un traductor discreto;
y si bien ocupando igual espacio
puede expresarse en castellano neto
la misma cosa, hacerlo así sería
al bello sexo gran descortesía).
Dice que la mujer, ya antes de Helena,
guerras al mundo ocasionó fatales,
cuando el hombre, erizada la melena,
luenga la barba, en grutas y jarales
vida vivió de sobresaltos llena,
y sus rudos instintos animales
con gritos y baladros exprimía,
sin rey, ni ley, ni juez, ni policía.
No hubo aceros allí, pavés, ni cota,
y los inciertos amorosos goces
se disputaban, como la bellota,
a puñadas tal vez, tal vez a coces;
andaban nuestros padres en pelota;
pero todo cambïó; cunden precoces
artes de destrucción; la ciencia avanza;
se inventan arco y honda, espada y lanza.
El derecho de gentes, aunque justo,
como el de ahora, usaba otro lenguaje;
tirano entre los flacos el robusto
hablaba a lo soez y a lo salvaje.
Decía: «A mí me toca hacer mi gusto,
porque tengo más fuerza y más coraje;
y todo aquel que osado se me oponga,
sepa que este puñal le desmondonga».
Así habló la razón, así el
derecho;
hoy (a no ser en uno que otro caso)
no va un rey de ese modo a vías de hecho;
y si saca su hueste a campo raso,
el probar que su fuerza y su provecho
son la justicia, es necesario paso;
y bien porro será quien no lo pruebe
en nuestro sabio siglo diez y nueve.
Ni fue el tipo de Aspasias y Lucrecias
el mismo que después: ancho el cogote,
y fornida la espalda, y carnes recias,
y encallecido el pie de andar al trote,
y un ribete de zafias y de necias,
eran donaire y hermosura y dote;
y el rapazuelo a la materna ubre
mamaba lo rollizo y lo salubre.
Por este de beldad primer instinto,
temprana Troya, ardió la choza un día,
y el arroyo corrió de sangre tinto,
y el adüar cambió de dinastía.
Tipo después acá y allá distinto
prevaleció; la griega fantasía
encarnó el suyo en palpitantes bronces;
¿mas fue mejor que el de antes el de entonces?
Creo que una joroba no hermosea,
que un hombre sin nariz no es un Apolo,
y que la calva es una cosa fea
en el austral y en el opuesto polo;
sigo también la popular idea
de preferir dos ojos a uno solo;
en esto mis creencias recopilo
sobre lo bello; en lo demás vacilo.
Pero cualquier dechado de hermosura
que una edad reconozca y autorice,
cualquiera que el lenguaje y la armadura
sean con que le ensalce y patronice,
siempre de amor la loca travesura
(y de ello Salomón que así lo dice,
dejó en sí mismo insigne documento)
de la razón se burla y del talento.
Testigo este Agricán, que delirando
de amor conmueve el Asia, y luto y duelo
a tantas gentes da; testigo Orlando,
de varonil virtud cabal modelo
en otro tiempo, ahora oprobio infando
de la cristiana fe, del patrio suelo,
embelesado en tontos amoríos,
indignos de su fama y de sus bríos;
Testigo Sacripante, que destruye
todo su pobre pueblo circasiano
por un mentido bien, que se le huye,
cuando ya piensa en él poner la mano.
Y a tanto adorador ¿qué retribuye
por el largo penar y el cotidiano
peligro de la lanza y de la espada
esta mujer falaz, desamorada?
Desamorada para todos, menos
el que odia y vilipendia su hermosura;
por éste sólo anubla los serenos
ojos, a los demás o falsa o dura.
¡Cuántos por ella extensos campos llenos
están de informes troncos, inmatura
mies de la Parca! Y ya su altar infausto
viene en sangre a bañar nuevo holocausto.
Forman los dichos caballeros nueve,
aunque pequeña, irresistible escuadra;
la cual, por dondequiera que se mueve,
enteras huestes rinde, abre, taladra.
Como a una causa al parecer tan leve
tanto tumulto en su opinión no cuadra,
ignorando Agricán qué cosa sea,
dudoso un breve instante titubea.
Mas luego Orlando le quitó la duda,
que se le fue, con Durindana, encima.
No recibió Agricán jamás tan cruda
carga, y el mismo rey así lo estima.
En vano se enfurece, en vano suda,
en vano apela al arte de la esgrima,
en vano el tiempo y el esfuerzo gasta;
escasamente a defenderse basta.
Metiose por fortuna de repente
entre los dos gran golpe de canilla,
y a pesar de uno y otro combatiente
partida fue la horrífica batalla.
Orlando se reúne con su gente,
y empujan juntos la cerrada valla
de tanta espada, lanza, pica, porra;
no hay sino su valor que los socorra.
Como silbante plomo un balüarte
de débiles adobes aportilla,
las filas de este modo rompe y parte
a gran correr la intrépida cuadrilla.
Descabezados troncos de una parte
y otra cayendo van que es maravilla.
Al ver delante tanta sangre y tanto
destrozo, tiembla Angélica de espanto.
Pues Agricán, que al fin se desembarga
del gran tropel en que arrastrado gira,
y ve los caballeros a no larga
distancia, y la beldad por quien suspira,
pensad con qué furor vuelve a la carga,
y con cuánta violencia Amor le tira,
cuando a la mano el cielo le coloca
la prenda antes guardada en la ardua Roca.
Contando que le echaba ya la uña,
aguija hacia los nueve; y como era
el buen Roldán la punta de la cuña
que hace en las filas tártaras tronera,
embístele; y si bien no le rasguña
las encantadas carnes, de manera
le muele y le magulla y le fatiga,
que a recogerse en el pavés le obliga.
En esto Radamanto, el jayanote
que al Duque derribó, da en la tetilla
a Balán con el asta; al recio bote
va al suelo el rey, hundida una costilla;
pero esgrimiendo el corvo chafarote
lava con harta sangre esta mancilla;
terrible cosa de mirar fue aquélla;
de un tajo solo, a dos o tres degüella.
A su corcel por todas partes busca;
que pueda recobrarlo dificulto,
pues tan espesa polvareda ofusca
los ojos, y tan grande es el tumulto,
el confuso tropel y la chamusca,
que a cuatro pies no se distingue un bulto;
triste de aquel que pierde en ella el tino,
pues de salud no encontrará camino.
Visto que le hubo en tan dudoso estrecho,
fue a socorrer Grifón al rey Balán;
y como en otro encuentro se le ha hecho
pedazos el lanzón, y aquel jayán
el suyo enristra y se lo apunta al pecho,
temeroso Grifón de algún desmán,
tírale un tajo que le corta el asta
en dos pedazos, como blanda pasta.
Radamanto, arrojando el cabo al suelo,
recibe con la espada al adversario.
Trábase igual entre los dos el duelo,
y danse golpes con suceso vario.
No se llevaba el uno al otro un pelo
de ventaja; y durora el sanguinario
trance sin duda alguna todo el día,
si no se entrometiera Santaría;
Santaría de Suecia, que ha querido,
por sus pecados o su mala estrella,
lidiar con Antifor; y le ha cabido
tan desmedida zurra, que atropella
atolondrado y casi sin sentido
por cuanto encuentra al paso, y va y se estrella
con Radamanto y con Grifón, haciendo
tanto alboroto y confusión y estruendo,
que el corcel del gigante se dispara
y por las filas rompe como flecha.
Crece la turbación y la algazara;
todos corren a izquierda y a derecha;
corren, y nadie vuelve atrás la cara,
y cada cual a su vecino estrecha;
éste empuja, aquél vuelca, esetro casca;
parece el campo súbita borrasca,
cuando a lo lejos por la mar serena
levanta el viento crespa espuma, y cunde
de un lado y otro el temporal, y suena
más y más, según raudo se difunde,
hasta que el horizonte en torno llena,
y vasta playa estrepitoso tunde;
corriendo el campo va del mismo modo
la horrenda gresca, y lo alborota todo.
Miraba el ruso Argante en otra parte
la reñida refriega, y a su vista
hubo de presentarse Brandimarte,
a quien nada parece que resista.
Un rato aquel bribón se estuvo aparte,
atisbando el momento en que le embista;
y cuando la ocasión vio favorable,
cierra con él, llevando en alto el sable.
Brandimarte, si bien la desventaja
tuvo al principio, se repuso luego;
sube el acero prestamente y baja,
y sigue entre los dos igual el juego.
Y de los nueve cada cual trabaja
no menos; y al herir no dan sosiego
Adriano, el conde Claros, ni Aquilante,
ni el Rey Balán, que haciendo va de infante;
ni Antifor, ni Grifón, ni el conde Uberto,
ni Roldán, sobre todos animoso;
los cuales juntamente y de concierto,
acuchillando a roso y a velloso,
dejan rastro larguísimo cubierto
de un cúmulo de muertos espantoso;
pero por más que ayudan a Balano,
fue menester dejarle en el pantano.
Tremendo fue el destrozo, extravagante;
y sin embargo, vese siempre el mismo
descomunal ejército delante,
que no cabe en el campo, ni en guarismo;
en medio de la trápala incesante,
parece que regüelda el hondo abismo,
y que de tanta multitud se ahita,
y nuevamente al mundo la vomita.
Un poco menos fácil el camino
a la pequeña hueste se ofrecía,
pues se lo cierran Agricán, Brontino,
Lurcón y Poliferno y Santaría.
Éste, llevando a Uldano de padrino,
a Antifor nuevamente desafía;
y sostiene a los dos aquel bergante
de Radamanto, y a los tres Argante.
Peleaba Antifor heroicamente
Con todos cuatro; pero a tanto exceso
no pudo contrastar, por más valiente
que fuese; en suma, le llevaron preso.
Y vueltos al lugar do el remanente
de la cuadrilla aguanta el grave peso
de la enemiga hueste, con más brava
furia la sanguinosa lid se traba.
Hace la escolta de la bella dama
prodigios de valor en su defensa;
pero Agricán, que cada vez se inflama
en pasión más ardiente y más intensa,
«A ellos» furibundo, «a ellos» clama,
y arremete de modo que no piensa
nadie sino en salvar la propia vida,
de cien opuestas puntas combatida.
La Dama, al verse en tan estrecho paso,
apelar al anillo determina;
mas metiolo en el seno por acaso
al salir del jardín de Dragontina;
y buscándolo ahora (¡fuerte caso!),
no pudo hallarlo; y casi desatina
creyéndolo perdido, y que en perdello
a su mala ventura ha puesto el sello.
Del cabello se tira, y se maltrata,
y al Conde voces da que la: liberte.
El Conde se enfurece, se arrebata,
y llamaradas por los ojos vierte;
tíñesele la cara de escarlata,
y aprieta las rodillas de tal suerte
que no tuvo vergüenza Brilladoro
de echarse a tierra, y brama como un toro.
Mas álzase ligero, que el sañudo
Conde le hace saltar de un espolazo.
Ni es ya a sus iras suficiente el crudo
herir de punta y filo y cintarazo;
échase a las espaldas el escudo
como si le sirviera de embarazo,
y con ambas las manos empuñada
brilla como un relámpago la espada.
Muévese Durindana, que no fuera
cosa fácil decir si sube o baja;
y abriendo a su señor ancha carrera,
batallones enteros desparpaja;
asombro da mirar de qué manera
punza, troncha, cercena, hiende, taja;
horroriza el silbar de la iracunda
espada, que de sangre el suelo inunda.
A un peón que se mete en la jarana
degüella; y fue la cosa divertida;
tiene tan fino el corte Durindana,
y cuando el buen Roldán le infunde vida
con tal blandura y suavidad rebana,
que el pobrecillo no sintió la herida,
y dando tajos con el ojo abierto,
andaba acá y allá, y estaba muerto.
Ocasión de su propia desventura
fue al pobre Radamanto su grandeza.
Viole tan alto Orlando, y se la jura.
Tírale un gran fendiente a la cabeza,
y de la coronilla a la cintura
le parte en dos, y ni aun allí tropieza,
que hasta los dos arzones ha tajado;
cayó medio jayán de cada lado.
Hállase Saritrón algo adelante,
haciendo de peones gran cosecha,
y vista la tragedia del gigante,
de escabullirse la ocasión acecha.
Rebanole la espada fulminante
el tronco de la izquierda a la derecha;
cayó el sangriento busto al pie de Orlando,
y siguen las dos piernas cabalgando.
Hácele igual honor al rey Brontino,
pues de un revés le corta la cabeza,
que con el yelmo y la cimera vino
rodando por el campo una gran pieza.
Pendragón, rey de Gocia, en el camino
estaba por descuido o por simpleza;
tírale Orlando al cuello una estocada,
y le salió por la cerviz la espada.
La cual, no hallando obstáculo bastante,
hasta la guarnición no es mucho que entre,
ni que, como esconderse piense Argante
detrás de Pendragón, saliendo encuentre
la punta de la hoja penetrante
al pobre diablo, y le barrene el vientre;
cae muerto Pendragón, y al mismo punto
Argante echó a correr medio difunto.
Corría el infeliz cuanto podía,
sobre el arzón llevando la asadura,
mientras que Orlando en pos también corría,
que la cuestión finalizar procura;
y de paso una gran carnicería
hace de cuanto encuentra en la llanura.
¿A qué pedir perdón, merced ni gracia?
que su furia, aun matando, no se sacia.
No hay terremoto, no hay tormenta oscura,
ni rápida avenida, que le iguale;
no le resiste espada ni armadura;
hüir o pelear lo mismo vale;
pone espanto de lejos su figura,
que entre un montón de muertos sobresale;
parece que en el yelmo el rostro le arda;
todos al verlo gritan: «¡guarda! ¡guarda!»
Con Agricán batalla pavorosa
trababa en tanto el joven Aquilante,
cerca de donde Angélica llorosa
llamaba a voces al señor de Anglante.
Era ya de Aquilante peligrosa
la situación; mas llega en ese instante
el Conde, quebrantando armas, bridones,
banderas, caballeros y peones.
Como era aquel mancebo su pariente,
sobrino de Alda bella, y le traía
a mal traer el Tártaro inclemente,
y las plegarlas de su dama oía,
quiso librar el pleito a un gran fendiente
sobre el testuz del rey de Tartaría;
tigre sobre la res no da igual salto
que el Conde sobre el rey, la espada en alto.
En la cabeza el más desapiadado
golpe que dado fue jamás, le asienta.
Merced al morrïón, que era encantado,
Agricán, si no es eso, no la cuenta.
Quedó el rey de sentido enajenado,
y apenas a caballo se sustenta;
mas el gentil bridón, huyendo a escape,
impide que a su dueño el Conde atrape.
Bayardo era el bridón, y el conocello
maravillado, al conde Orlando deja;
antes no pudo reparar en ello;
tanto le desfigura y desemeja
la malla que le cubre frente y cuello
y el cuerpo hasta la cola y la cerneja.
Orlando aguija con el doble empeño
de apoderarse del bridón y el dueño.
Síguelos por el campo a rienda suelta,
creyendo que la Dama no tenía
ya que temer; mas en la gran revuelta
que en derredor por todo el campo había,
ejecutaron una acción resuelta
Poliferno, Lurcón y Santaría;
Santaría a la Dama echando el guante
llévasela abrazada por delante;
y defienden la presa Poliferno
y el rey Lurcón, y se les junta Uldano,
sin duda alguna el más malvado terno
que tuvo en sus brigadas Agricano.
Los seis barones entre aquel infierno
de bruta gente casi dan de mano
contra tan grueso ejército, a la empresa
de salvar a la mísera Princesa.
Lástima grande causa oír el duelo
de la cautiva, que, a los vientos dando
la rubia cabellera, sin consuelo
gritaba: «¡Orlando mío! ¡Amado Orlando!»
Traen a Clarïón al redopelo,
y a Brandimarte va el vigor menguando;
ni ya es Uberto a resistir bastante,
ni Grifón, ni Adriano, ni Aquilante.
Agricán que entre tanto se recobra,
vuelve anhelante a vindicar su afrenta;
y vuelve en pos Orlando, que la obra
creyó acabada por error de cuenta.
Con gran sorpresa advierte que zozobra
el bando amigo en muy mayor tormenta,
y oye la voz doliente de la Dama
que sin cesar «¡Orlando! ¡Orlando!», clama.
Lánzase como un tigre a la pandilla
que le lleva su dueño soberano,
y a Lurcón en la misma coronilla
un golpe da como de aquella mano;
hácele la cabeza una tortilla,
que, en vez de dar de filo, dio de plano;
el yelmo a tierra va, si antes redondo
y empenachado, informe ahora y mondo.
¡Extraña cosa, inusitada y fiera,
que superar parece a fuerza humana!
No se ve de Lurcón la calavera
en parte alguna próxima o lejana;
dentro del yelmo no se halló ni fuera;
volviola toda polvos Durindana.
Medroso Santaría, sólo pudo
en la bella cautiva hacerse escudo.
Otro recurso o fuerza o poderío
que en aquel trance le defienda, ignora.
Sujeta el brazo y tiene a raya el brío
el Conde, por no herir a su señora.
Mas ella grita: «Orlando, Orlando mío,
si me tienes amor, muéstralo ahora;
mátame con tus manos; antes muera
que verme de estos canes prisionera».
Confuso el Conde y por demás perplejo
no sabe qué resuelva; al fin, la espada
envaina, y toma por mejor consejo
matar a aquel ladrón de una puñada.
Temblaba el malandrín por su pellejo;
y al ver la invicta diestra desarmada,
creyó trocado el lance, y determina
valerse de ocasión tan peregrina.
De la Dama que lleva delantera
sobre el siniestro brazo echó la carga,
porque mejor de adarga le sirviera,
dado que menester hubiese adarga;
y al Conde una estocada en la ventrera,
mucho más pronto que lo digo, alarga,
que, echado a las espaldas el escudo,
de todo amparo le creyó desnudo.
Mas el escudo al Conde tanto importa,
como si fuera un bulto de diamante.
El Conde quiso hacer la cuenta corta
pagando con usuras al instante;
a dos dedos del tronco de la aorta
le imprime el puño y el ferrado guante;
quítale así la vida; así rescata
la bella presa; y de salvarla trata.
En brazos la tomó, y el acicate
hincando a Brilladoro, hacia la Roca
corre veloz, y cuanto encuentra abate.
Agricán, que le ve, se abrasa en loca
furia; seguirle quiere; mas combate
con seis a un tiempo, y lo peor le toca;
los seis la lid con nuevo aliento emprenden,
y ya en lugar de defenderse, ofenden.
Llega en tanto a la puerta del castillo
el Conde amante, y que le admitan ruega;
mas Trufaldín, el consumado pillo,
asomada a una torre, se lo niega;
y no sólo rehusa recibillo,
sino le insulta, y a intimarle llega
que guerra les harán él y su gente,
si de allí no se apartan prontamente.
Insta la Dama y llora; mas en vano.
Grita y brama Roldán; pero sin fruto.
Acércase Agricán; se acerca Uldano;
y nada mueve el alma de aquel bruto.
Hierven de gentüalla risco y llano,
y estará toda en menos de un minuto
al pie del alta Roca; y el malvado
más terco cada vez, más obstinado.
Las piedras y los dardos menudea
mezclando con las obras el denuesto.
Pues ¿quién podrá formarse alguna idea
de la pasión, del frenesí funesto
que al corazón de Orlando señorea,
en tal peligro y tal afrenta puesto?
Brama de enojo y de pavura treme;
mas no por sí, por ella sola teme.
Teme por la beldad que adora fino;
en cuanto a sí ningún temor abriga.
Le arroja de los muros Trufaldino,
y ya la chusma bárbara enemiga
envuelta en polvoroso remolino
osada embiste y más y más le hostiga
con dardos y venablos y saetas,
al son de los clarines y trompetas.
Clarión y Aquilante y Adrïano
lidian con Agricán a todo trance;
el noble Uberto es un león insano;
donde él está no hay bárbaro que avance;
proezas de ardimiento sobrehumano,
hace Grifón en repetido lance;
y Brandimarte, si decirse puede,
en fuerza y brío a los demás excede.
La Dama en tanto al pie del muro gime,
y ruega humilde el Conde a Trufaldino
que por Dios se conduela y se lastime
de una infeliz que a tan crüel destino
reducida se ve; nada hay que lime
el corazón perverso, diamantino,
de aquel traidor, para quien es materia
de pasatiempo el llanto y la miseria.
No hay ruego, no hay promesa que le ablande,
y en el alma de Orlando el reprimido
furor fermenta; y cada vez más grande,
revienta al fin con hórrido estallido.
Por más que el Conde a sus afectos mande,
por más que, en el hablar, desconocido
le fue el baldón, denuestos cuando tocan
en lo más vivo, a denostar provocan.
«Recibirasme, infame, a tu despecho,
le dice, haz cuanto puedes, cuanto sabes;
será este muro en átomos deshecho
para que al fin, como debiste, acabes;
arrancaré de tu alevoso pecho
el corazón; lo comerán las aves;
nada, aunque fuese el mundo de tu parte,
de la horca, follón, podrá salvarte».
Diciendo así, descarga con el lomo
de la espada tal golpe en la muralla,
que hace saltar dos piedras de gran tomo.
Trufaldín, que de Orlando en la batalla
supo los hechos, y ve ahora cómo
terror infunde y susto a la canalla,
y se figura que a la Roca misma
con la tremenda espada hunde y abisma,
Y observa el fuego que en sus ojos arde,
y oye de aquel acento la braveza;
como de suyo es la traición cobarde,
pónese a tiritar de pie a cabeza;
y si antes hizo de insolencia alarde,
de abatimiento ahora y de bajeza.
«Pon mientes, Conde, a lo que digo; apelo,
de mi verdad en testimonio, al cielo.
»Negar no puedo, ni negar podría,
que contra mi señora he delinquido;
pero la culpa principal no es mía,
que en Dios y en mi conciencia no he tenido»
la menor intención de felonía,
y probarelo, siendo Dios servido.
Contra mí cometieron mil excesos
mis camaradas y los puse presos.
»Esta es mi culpa, y es lo que me abona
si todo falso juicio se destierra;
porque jamás fue blanco una persona
de tan injusta y tan malvada guerra.
Mas como el ofensor nunca perdona,
sé que, en viéndose libres, cielo y tierra
moverán contra mí, y han de quererte
inducir a mi afrenta y a mi muerte.
»Así que, mi señor, si entrar
pretendes,
será con pacto y juramento expreso
de que a pie y a caballo me defiendes,
y me mantienes salvo, sano, ileso,
y si alguno me ataca, al punto emprendes
batalla, y me le entregas muerto o preso.
Si esta precisa condición te agrada,
entras; si no la aceptas, no hay entrada.
»Y lo que a ti te digo, a todos digo;
a nadie admitiré, sin que primero,
poniendo a el alto cielo por testigo,
me dé palabra y fe de caballero,
que en todos lances estará conmigo
y ha de ampararme a fuero y contra fuero,
mientras se tenga en pie, mientras respire;
y el que no jure así, que se retire».
Orlando inexorable se lo niega,
antes con más enojo le amenaza;
mas la Dama intercede y se lo ruega,
y el cuello al Conde estrechamente abraza.
Aquella alma soberbia se doblega,
y a Trufaldín le sale bien la traza.
El desabrido trago apura el Conde;
jura por sí y de los demás responde.
Aquilante, Adrïano, Brandimarte,
Grifón y Clarión y el conde Uberto,
lidiando están con Agricano aparte,
que, si bien de fatiga medio muerto,
fiera descarga entre los seis reparte;
y aunque en la Roca al fin tomaron puerto,
si Orlando en su defensa no viniera,
desocupado ya, no sé qué fuera.
Pues, como digo, entraron en la Roca,
asilo dentro y fuera mal seguro,
donde por toda munición de boca
un caballo salado, seco y duro,
se les sirve a la mesa, y no fue poca
dicha, que, estando bloqueado el muro
de tanta muchedumbre, alguna gente
tuvo en esta ocasión que estar a diente.
Cupo a Roldán de aquel caballo un cuarto,
y se comieron los demás el resto.
Aunque la carne está como un esparto,
no hubo ninguno que le hiciese gesto.
Diz que Roldán apenas quedó harto.
Ello es que consumido ya el repuesto,
o han de buscar, lidiando, vitüalla,
o será con el hambre la batalla.
Determinaron que al siguiente día
Roldán con este fin bajase al llano,
y que le hiciese Uberto compañía,
Clarïón y Brandimarte y Adrïano.
Y porque justamente desconfía
de Trufaldín el Senador romano,
a Grifón y Aquilante en el interno
ámbito del castillo da el gobierno.
Orlaba el manto de la noche umbría
una cinta en Oriente rosa y alba,
y el coro alado en dulce melodía
cantaba ya la bienvenida a el alba.
Sale Roldán con el naciente día;
y sonando su cuerno, hace la salva
al ejército tártaro; aquel cuerno
que remeda el bramido del infierno.
No alegre entonces y festivo suena
como de quien cazando se deporta,
sino como la nube cuando truena,
y sierpes de purpúrea lumbre aborta.
De sobresalto y de pavor se llena
la hueste de Agricano, y queda absorta;
no hay uno solo que a Roldán resista;
todos corren, huyendo de su vista.
Solo a los fugitivos el sañudo
Agricano delante se presenta.
El acero mostrándoles desnudo,
en balde contener la fuga intenta;
que si atajarla en una parte pudo,
por otras mil la turbación se aumenta,
y al ronco son que amenazando brama,
veloz por todo el campo se derrama.
Vuelve altivo los ojos Agricano,
y al ver que en derredor de monte a monte
hierve el cobarde vulgo, y en el llano
la amedrentada turba hace horizonte,
la espada envaina; la derecha mano
(cuál ángel infernal que al cielo afronte)
alza, apretando el puño fieramente,
y de mirar no se dignó a su gente.
Della no haciendo ya maldito caso,
monta el corcel, escudo toma y lanza,
por la revuelta chusma se abre paso,
y a la contienda embravecido avanza.
Combatir quiere él solo a campo raso;
y lleno de valor y confianza,
suena también su cuerno horriblemente.
El resto oiréis en el cantar siguiente. | es |
Arciniegas,Ismael_Enrique | <XXI | En_El_Puente_Del_Barco_Que_La_Aleja | En el puente del barco que la aleja
Del país de naranjos y jazmines,
Visión soñada y fúlgida semeja
Como en concierto de arpas y violines.
En un ensueño azul flotar parece;
Rinde las almas, al andar, su porte,
Y el claro encanto de la luz florece
En su belleza pálida del Norte.
Melancólica, el ruido la importuna,
Y como lejos de terreno halago,
Y de blanco vestida, es luz de luna
Que va dormida en el cristal de un lago.
Sentada, pensativa ¿irá su mente
Al país de naranjos y jazmines?
Y cierra las pupilas lentamente
Como en concierto de arpas y violines. | es |
Neruda,Pablo | <XXI | La_Pata_Gris_Del_Malo_Pisó_Estas_Pardas_Tierras | La pata gris del Malo pisó estas pardas tierras,
hirió estos dulces surcos, movió estos curvos montes,
rasguñó las llanuras guardadas por la hilera
rural de las derechas alamedas bifrontes.
El terraplén yacente removió su cansancio,
se abrió como una mano desesperada el cerro,
en cabalgatas ebrias galopaban las nubes
arrancando de Dios, de la tierra y del cielo.
El agua entró en la tierra mientras la tierra huía
abiertas las entrañas y anegada la frente:
hacia los cuatro vientos, en las tardes malditas,
rodaban —ululando como tigres— los trenes.
Yo soy una palabra de este paisaje muerto,
yo soy el corazón de este cielo vacío:
cuando voy por los campos, con el alma en el viento,
mis venas continúan el rumor de los ríos.
A dónde vas ahora? —Sobre el cielo la greda
del crepúsculo, para los dedos de la noche.
No alumbrarán estrellas... A mis ojos se enredan
aromos rubios en los campos de Loncoche. | es |
López_Velarde,Ramón | <XXI | Me_Despierta_Una_Alondra | Hasta el ángulo en sombra en que, al soñar los leves
sueños de la mañana,
funjo interinamente de árabe sin hurí,
llega la dulce voz de una dulce paisana.
La alondra me despierta
con un tímido ensayo de canción balbuciente
y un titubeo de sol en el ala inexperta.
¡Gracias, Padre del día,
oh buen Pastor de estrellas cantando por Banville!
Gracias por el saludo en que esta embajadora
del alba, me ha traído un mensaje de abril;
gracias porque el temblor de su canto se funde
con las madrugadoras esquilas de mi tierra,
y porque el sol que tiembla en sus alas no es otro
que el que baña la casa en que nací, y el valle
azul, y la azul sierra.
¡Gracias porque en el trino
de la alondra, me llega,
por primer don del día, este don femenino!
¡Gracias, Padre del día,
oh buen Pastor de estrellas cantando por Banville!
Gracias por el saludo en que esta embajadora
del alba, me ha traído un mensaje de abril;
gracias porque el temblor de su canto se funde
con las madrugadoras esquilas de mi tierra,
y porque el sol que tiembla en sus alas no es otro
que el que baña la casa en que nací, y el valle
azul, y la azul sierra.
¡Gracias porque en el trino
de la alondra, me llega,
por primer don del día, este don femenino!
¡Gracias porque en el trino
de la alondra, me llega,
por primer don del día, este don femenino! | es |
Coronado,Carolina | <XXI | Hay_Escrito_Un_Cantar_Muy_Doloroso | Hay escrito un cantar muy doloroso
en una historia triste que poseo,
para cuando el alegre balbuceo
deje, Emilio, tu labio bullicioso;
para cuando del álamo frondoso
que tan lejano de tu frente veo
toque a las ramas la graciosa mano
que ahora no alcanza al peralillo enano.
Vago, amoroso, indefinible canto
que yo no pronuncié, que nadie ha oído
por tu risa infantil interrumpido,
borrado a medias por mi ardiente llanto;
memorias para ti de tierno encanto
encierra ese cantar, que lleva unido
al sueño de tu infancia venturosa
el de mi larga juventud penosa.
Hoy mis pinceles para ti son vanos;
tú no conoces tu retrato ahora;
allí está tu cabeza seductora
en el grupo no más de dos hermanos;
cuadro es sencillo, obra de mis manos,
niño que ríe junto a mujer que llora,
aire que vaga junto a flor marchita,
y la destroza más cuando la agita.
Mas, no pienses historia peregrina
relatada escuchar en mis cantares;
todos del alma mía los azares
en la tristeza están que la domina:
si no es desventurada, lo imagina,
y es lo mismo que todos los pesares
del mundo tenga, que los sueñe todos,
si se sufre igualmente de ambos modos.
Y lo mismo que lloro, Emilio, llora
la multitud sin conocer tampoco
el grande, oculto, inapagable foco
de la llama del mal devoradora;
¿será que aún niño nuestro siglo ahora
pugna impaciente, como tú hace poco,
por romper las estrechas ligaduras
de sus largas envueltas vestiduras?
¿Será que de sí propio avergonzado
a comprender empieza su ignorancia?
¿Que entre las tiernas formas de su infancia
siente latir un corazón formado?
¡Ay! eso es; su espíritu exaltado
le hace correr larguísima distancia,
pero, a su cuerpo débil y rendido
fáltale fuerza y quédase dormido.
Cesan las guerras, y en la paz se aclaman
libres los pueblos, sabios venturosos;
¿por qué los corazones silenciosos
tantas secretas lágrimas derraman?
Unos al cielo sin consuelo claman,
ahogan otros sus gritos dolorosos;
¿es que a ninguno la común ventura
toca, a que todos gimen por locura?...
A los niños, Emilio, a ti te toca;
ven a mofarte de mis cantos vanos;
en tus brazos dulcísimos hermanos
ven a estrecharme con tu risa loca,
y séllame los labios con tu boca
y escóndeme los ojos con tus manos,
¡y el bullicio infantil de tu contento
el eco aturda de mi triste acento! | es |
Cenamor,Francisco | XXI | Palestina_Y_El_Bumerán | la trayectoria que describe una piedra que lanza
un muchacho cualquiera de trece años en una
calle cualquiera de ramala es proporcional al
curso que sigue un grito de libertad arrolladora
la parábola de un misil cualquiera que trata de
evitar la trayectoria de la piedra en la misma calle
de ramala es por tanto inversamente proporcional
a cualquier tipo de solución negociada al conflicto
en ocasiones un pueblo tomado al azar sobre el que
se ejerce un impulso genocida es capaz de no haber
aprendido en absoluto que también dicho pueblo elegido
comete genocidio cuando toma lo que no es suyo
el empuje de un tanque contra una casa cualquiera
de jenin trae consigo un efecto contrario que acciona
irremediablemente contra un mercado de tel-aviv
por tanto conducir a un pueblo a la desesperación
siempre ocasiona una trayectoria de efecto bumerán | es |
Parra_Pozuelo,Manuel | XXI | Rosa_Inmortal | ¡Oh, rosa inmemorial! ¡Oh, rosa pura!
Tú alumbras las tinieblas de mis días,
en este otoño de mañanas frías,
que sólo en ti conserva la ventura.
Oh, flor emblema y cifra de hermosura,
rosa de mil maneras , alegrías
del tiempo en que a la infancia despedías
con presagios de llantos y amarguras.
Quisiera yo que mi postrer mirada
se llevase tu luz y tu pureza
en el fondo del ojo retratada,
para que, al retornar a la naturaleza,
fueses devuelta a tu primer morada
al origen de toda tu belleza. | es |
Galeano,Eduardo | <XXI | Resurrecciones/4 | Peca el que miente, dice Ernesto Cardenal, porque roba verdad a las palabras.
Allá por 1524 fray Bobadilla hizo una gran hoguera en la aldea de Managua y arrojó a las llamas los libros indígenas.
Esos libros estaban hechos en piel de venado, en imágenes pintadas con dos colores: el rojo y el negro.
Hacía siglos que a Nicaragua la venían mintiendo, cuando el general Sandino eligió esos colores, sin saber que eran los colores de las cenizas de la memoria nacional. | es |
Unamuno,Miguel_de | <XXI | Eucaristía | Amor de Ti nos quema, blanco cuerpo;
amor que es hambre, amor de las entrañas;
hambre de la Palabra creadora Amós, VIII, 11.
que se hizo carne; fiero amor de vida
que no se sacia con abrazos, besos, Juan 1, 14.
ni con enlace conyugal alguno.
Sólo comerte nos apaga el ansia,
pan de inmortalidad, carne divina.
Nuestro amor entrañado, amor hecho hambre,
¡oh, Cordero de Dios!, manjar Te quiere;
quiere saber sabor de tus redaños,
comer tu corazón, y que se derrita
sobre el ardor de nuestra seca lengua:
que no es gozar en Ti: es hacerte nuestro,
carne de nuestra carne, y tus dolores
pasar para vivir muerte de vida.
Y tus brazos abriendo como un muestra
de entregarte amoroso, nos repites:
«¡Venid, tomad, comed: éste es mi cuerpo!» Lucas XXII,19; 1 Corintios XI, 24.
¡Carne de Dios, verbo encarnado, encarna
nuestra divina hambre carnal en Ti! | es |
Palacios,Zacarías | XXI | Una_Duda_Me_Aprisiona_Y_Alza_Su_Voz_En_Mi_Mente | Una duda me aprisiona y alza su voz en mi mente
dejando sombras insistentes que repiten su rumor
y dejan siempre temblando sus ansias para saber
quién bordará la mañana con fulvos hilosde sol.
¿Será una hada nocturna que silenciosa teje
sus encajes de calor?
¿Será un duende mañanero con sus dedos
de color
que va urdiendo, en la altura bajo la bóveda azul,
esa alfombra de fulgor?
Sea quien sea el artista
que, en el ámbito colgante y solemne, hace brotar esa flor
es divino el artesano
que nos trae esa emoción.
Quiero traer la mañana
al campo del corazón. | es |
López_Velarde,Ramón | <XXI | Pobrecilla_Sonámbula | Con planta imponderable
cruzas el mundo y cruzas mi conciencia,
y es tu sufrido rostro como un éxtasis
que se dilata en una transparencia.
¡Pobrecilla sonámbula!
Pareces, en tu ruta de novicia,
ir diciendo al azar: «No me hagáis daño;
temo que me maltrate una caricia».
Devuelves su matiz inmaculado
al paisaje ilusorio en que te posas
y restituyes en su integridad
inocente a los hombres y a las cosas.
Así cruzas el mundo,
con ingrávidos pies, y en transparencia
de éxtasis se adelgaza tu perfil,
y vas diciendo: «Marcho en la clemencia,
soy la virginidad del panorama
y la clara embriaguez de tu conciencia».
¡Pobrecilla sonámbula!
Pareces, en tu ruta de novicia,
ir diciendo al azar: «No me hagáis daño;
temo que me maltrate una caricia».
Devuelves su matiz inmaculado
al paisaje ilusorio en que te posas
y restituyes en su integridad
inocente a los hombres y a las cosas.
Así cruzas el mundo,
con ingrávidos pies, y en transparencia
de éxtasis se adelgaza tu perfil,
y vas diciendo: «Marcho en la clemencia,
soy la virginidad del panorama
y la clara embriaguez de tu conciencia».
Devuelves su matiz inmaculado
al paisaje ilusorio en que te posas
y restituyes en su integridad
inocente a los hombres y a las cosas.
Así cruzas el mundo,
con ingrávidos pies, y en transparencia
de éxtasis se adelgaza tu perfil,
y vas diciendo: «Marcho en la clemencia,
soy la virginidad del panorama
y la clara embriaguez de tu conciencia».
Así cruzas el mundo,
con ingrávidos pies, y en transparencia
de éxtasis se adelgaza tu perfil,
y vas diciendo: «Marcho en la clemencia,
soy la virginidad del panorama
y la clara embriaguez de tu conciencia». | es |
Salinas,Pedro | <XXI | ¡Qué_De_Pesos_Inmensos, | ¡Qué de pesos inmensos,
órbitas celestiales,
se apoyan
—maravilla, milagro—,
en aires, en ausencias,
en papeles, en nada!
Roca descansa en roca,
cuerpos yacen en cunas,
en tumbas; ni las islas
nos engañan, ficciones
de falsos paraísos
flotantes sobre el agua.
Pero a ti, a ti, memoria
de un ayer que fue carne
tierna, materia viva,
y que ahora ya no es nada
más que peso infinito,
gravitación, ahogo,
dime, ¿quién te sostiene
si no es la esperanzada
soledad de la noche?
A ti, afán de retorno,
anhelo de que vuelvan
invariablemente,
exactas a sí mismas,
las acciones más nuevas
que se llaman futuro,
¿quién te va a sostener?
Signos y simulacros
trazados en papeles
blancos, verdes, azules,
querrían ser tu apoyo
eterno, ser tu suelo,
tu prometida tierra.
Pero luego, más tarde,
se rompen —unas manos—,
se deshacen, en tiempo,
polvo, dejando sólo
vagos rastros fugaces,
recuerdos, en las almas.
¡Sí, las almas, finales!
¡Las últimas, las siempre
elegidas, tan débiles,
para sostén eterno
de los pesos más grandes!
Las almas, como alas
sosteniéndose solas
a fuerza de aleteo
desesperado, a fuerza
de no pararse nunca,
de volar, portadoras
por el aire, en el aire,
de aquello que se salva. | es |
Ibarbourou,Juana_de | <XXI | ¡Qué_Pequeño_Es_Mi_Sueño,_Qué_Delgado | ¡Qué pequeño es mi sueño, qué delgado,
y qué pobre, mi sueño que no tiene
ni rosas, ni alcanfores, ni venado,
y a pie descalzo por el fango viene!
Mi sueño, tan hambriento y flagelado
que noche a noche a mi costado adviene
tiritando de frío, y se sostiene
con un hilo de aliento congelado.
En el pasado fue tan poderoso
que frente a él eran la loba, el oso,
juguetes sin valor, pálida arcilla.
Dueño de mundo y señor de un cielo,
lo venció mi demonio del desvelo,
que lo ha vuelto una máscara amarilla. | es |
Campoamor,Ramón_de | <XXI | ¡Pobre_Carolina_Mía! | ¡Pobre Carolina mía!
¡Nunca la podré olvidar!
Ved lo que el mundo decía
viendo el féretro pasar:
Un clérigo. Empiece el canto.
El doctor. ¡Cesó el sufrir!
El padre. ¡Me ahoga el llanto!
La madre. ¡Quiero morir!
Un muchacho. ¡Qué adornada!
Un joven. ¡Era muy bella!
Una moza. ¡Desgraciada!
Una vieja. ¡Feliz ella!
—¡Duerme en paz!—dicen los buenos.
—¡Adiós!—dicen los demás.
Un filósofo. ¡Uno menos!
Un poeta. ¡Un ángel más! | es |
Pombo,Rafael | <XXI | El_Cajista | Cada cual tiene un cabrión,
Enemigo tramoyista,
Su numen de indigestión,
Diablo sin excomunión
Ni exorcista.
No hay pobre tan infeliz
Que le falte petardista,
O habladora secatriz,
O algún vecino aprendiz.
Violinista.
Mi acreedor, mi purgante.
Cuando me da por versista.
No es el fatal consonante.
Ni el mal lector, ni el cantante.
Ni el copista.
Lo que me hace aborrecer
A Apolo y a Guttenberg
Y que del arte desista,
Es este buen Lucifer,
Del Cajista.
Viva lástima me da
Tanto inmortal que hoy no chista,
Si para leerse acá
Desde el cielo donde está
Tiene vista.
Largo es de culpas el rol
De cada bardo español
Si iguala erratas la lista;
Beato él si es su crisol
Su Cajista,
El Cajista más chambón
Es un pasmoso alquimista,
Que del mismo Cicerón
Saca un asno, y a Platón
Ateísta.
Dijo Dios: «La luz exista»,
Y hubo luz. Sin más molestia
Dice este gran titerista:
«Sea noche» o «hágate bestia»,
Y está lista.
¿A quién le ocurrió jamás
Que un hombre a la mar le embista
Y armado? A Shakespeare dirás.
Pues no hay tal: este es un as
Del Cajista2.
Cierta vez con tino erró,
Como el orejón flautista:
Cuando Roselia murió
Y en rosa la transformó
Imprevista3.
Quizá el tal tipografista
Fue un Camoens sin chaqueta,
Cual varios que tengo en lista;
Algún Calvo, un gran poeta
Y estadista.
Pues, por regla general,
Es fatal contraversista,
Contra poeta fatal,
Y de absurdos aquel tal
Contrabandista.
Un anónimo enredista
Que en el juicio final
Nos calumnia y nos malquista
Y a muchos quitó la sal
Del bautista.
Para él dos y dos son tres,
No hay letra que le resista,
Usa gafas en los pies,
O para ver al revés
Tiene vista.
Maquinista de la gloria,
Del pensamiento archivista,
Nuevo Dios de la memoria,
Oráculo de victoria
Y conquista.
¡Oh impresor, yo te venero!
Mas temo a aquel parodista
De tu oficial chapucero,
A ese inmortal embustero
Y embudista.
¿Qué son saber, fuerza o plata
Contra tal antagonista?
£1 con la intención más grata
Fusila con una errata
Al hablista.
A más de un honrado autor
Privó de panegirista,
Y con su aplomo impostor
Cargó su fusil censor
La revista.
Otros hay, y en grande copia,
De mollera mal provista;
Mas cuya bárbara inopia
Multiplica por la propia
El Cajista.
Si muerto no, saldrá cojo
De un pie, o de ciento, el copista;
O en la alma flor del manojo
Quedó el leyente con ojo
Y sin vista.
¿Y a errata que el vuelo alzó
Quién le seguirá la pista?
¡Nadie es cual Dios lo creó
Sino como lo estampó
El prensista!
El genio de cada cual
Es la fracción que subsista
Restando de su total
Lo que valga de animal
El Cajista.
¡Oh comadrón, cuánta idea
Digna hija de un alma artista
Sacas tan monstruosa y fea
Que aun su madre que la vea
Se contrista!
«No hay mal que dure cien años,
Ni cuerpo que lo resista»...
¡Miente el refrán! Son tamaños
Y duran sin fin los daños
Del Cajista.
«¿Aguarda usted al santolio?»
(Díceme tal cual droguista);
¿Cuándo un poético infolio
Que lo encumbra al Capitolio
Nos alista?
Y yo respondo: el suicidio
No está, ni estará en mi lista,
Primero marcho a presidio
Que al bárbaro estilicidio
Del Cajista.
Y una vez pasado el trance
Mortal, no habrá ruin percance
Que turbe mi alma optimista,
Pues ya no estaré al alcance
Del Cajista.
En lo alto jamás fue vista
Un alma o sentencia trunca,
Ni por faraute un farsista:
Allá no se miente nunca,
No hay Cajista.
Allá no truecan papeles,
Ni nos prensa entre cordeles
Y en galeras un Cajista,
Allá no harás tus pasteles,
Hojaldrista.
Mas si hay en el mundo eterno
Fe de erratas, ¡Dios te asista!
Con ese plomo de cuerno
Freirán en el infierno
Al Cajista.
Bien supo el Señor por qué
Jesús no encontró un Cajista,
¡Gracias a Dios que no fue
De ese oficio ningún E-
vangelista.
Con el Cajista nació
La Babel protestantista,
Y la verdad se volvió
Tanto sí, no, qué sé yo,
Y tanto ista.
Lector, léeme con calma,
Y si eres espiritista,
Antes de echarme una enjalma
Evoca el lomo o el alma
Del Cajista.
Cajista.
Cajista,
Cajista
Calvo
Cajista.
Cajista.
Cajista.
Cajista.
Cajista.
faraute
farsista:
Cajista.
Cajista,
Cajista.
Cajista,
Cajista
sí, no, qué sé yo,
ista.
Cajista. | es |
Delmar,Meira | <XXI | Soneto_En_El_Amor | Estoy, amor, en ti y en el dorado
desvelo de tu clima deleitoso,
con el ardido corazón gozoso
de su vivo tormento enamorado.
Y te nombro mi día iluminado.
Y te digo mi tiempo jubiloso.
Alto mar de hermosura sin reposo
a la cima del sueño levantado.
Estoy, amor, en ti. Bajo tu cielo
lejanamente mío, crece el duelo
y crece la sonrisa, dulcemente.
Y el canto va subiendo, sostenido
por tu mano, azahar desvanecido,
a la orilla del alba transparente. | es |
Castañeda_Aragón,Gregorio | <XXI | Viejo_Marino | El único paisaje que no ha muerto
en tus cansados ojos es el mar.
Andar caminos de la tierra fuera
llevar lejos, más lejos,
esa fatiga de ciudades tristes
que tanto pesa en tu fardel viajero.
Volver sobre la móvil agua amarga
—onda versátil, indecisa vela—
en el total azul de la aventura!
Pero, ya no será. Puños de tierra,
enemigas raíces, te clavaron
como espigón de barco, en la ribera.
Peregrinando en soledad de gentes,
con tu paso de pájaro cautivo
mides tu propia sombra. Tu cabeza
cuaja sal de los años. ¡Vientos secos!
¡Vientos! Y una nostalgia de intemperies,
de soles claros y de cielos buenos!
Mejor yacer en piélago ignorado
que recorrer tu mapa de quimeras,
de sueños que son sueños.
Húndete, inútil lobo, en la onda mansa
de una caleta. Acaba de quedarte
como un áncora vieja, abandonada! | es |
Carriego,Evaristo | <XXI | En_La_Gran_Copa_Negra_De_La_Sombra_Que_Avanza | En la gran copa negra de la sombra que avanza
quiero probar del vino propicio a la añoranza.
Quiero beber el vino que bebiéramos juntos
y estos ratos, de aquéllos, serán nobles trasuntos.
(No sé por qué a esta hora, sombría y silenciaria,
me ha invadido el cerebro de fiebre visionaria) .
En la acera de enfrente, su clara risa suena
una muchacha alegre como una Nochebuena.
El arrabal, desierto, conmueve un organillo,
y bailan las marquesas del sucio conventillo,
y vienen las memorias, conturbadas e inciertas
como un vago regreso de ensoñaciones muertas
He leído tu libro. Un saludo levanta
la voz del entusiasmo, que perdura y que canta,
la voz alentadora de buenas expansiones
en las largas teorías de nuestras comuniones.
Aquel señor tan loco Unico hijo de Dios,
y Unico caballero nos hermanó a los dos.
(Y eso que tú quisiste, no sé por qué cruel
sospecha inconfesable, serle una vez infiel)
Mas, ya estás perdonado. Pero en verdad te digo
que en otra no te escapas sin sufrir tu castigo
En la calma severa de las meditaciones:
dolor de tus constantes inquietas obsesiones,
ideando el derrotero de los rumbos plausibles
se enfermó tu cabeza de ensueños imposibles
Te veo como antes, duro en el bien y el mal,
pletórico de un ansia de vida ascensional.
De tus actuales fórmulas hiciste las amadas
que en la expansión te ofrendan bellezas flageladas.
Has volcado el consuelo de tu mejor augurio
en el vaso de angustias: el cáliz del tugurio.
Amas el bello gesto que en las horas aciagas
tiene orgullo de púrpura para cubrir las llagas.
Te obsede el clamoreo de enormes muchedumbres,
que van, con su epopeya de siglos, a las cumbres
Compañero: seamos en nuestra misa diaria
tentación, sermón, hostia: todo menos plegaria.
Cantemos en las liras de los credos tonantes
la canción nunciadora de mañanas radiantes.
La vida es dolor siempre, así cambie de nombre:
es dolor hecho carne y es dolor hecho hombre.
Libertémosla, entonces, de los contagios viles
que, en la sangre, empobrecen los glóbulos viriles.
¡En marcha al país nuevo de las brumas ausentes,
que un día vislumbraron los geniales videntes!
Derrotando el silencio pregona la conquista
el salmo combativo de un fuerte Verbo artista.
Pongamos en lo hondo de las frases más sacras
besos consoladores que suavicen las lacras.
En procesión inmensa va el macilento enjambre,
mordidas las entrañas por los lobos del hambre.
Lo custodia el misterio, y lleva en sus arterias
inoculado un virus de sórdidas miserias,
no hay que temer la lepra que roe los abyectos:
quizás es peor la higiene de los limpios perfectos.
Efigien su nobleza también los infelices:
¡Blasón de los harapos, lis de las cicatrices!
¡Lidiemos en la justa de todos los rencores
insignias de los bravos modernos luchadores!
Para esperarte, amigo, después de la contienda,
aunque sea en el yermo yo plantaré mi tienda.
Te envío, pues, mis versos, mis versos torturados,
como flores amargas de jardines violados
¡Y sean mis estrofas los heraldos cordiales
de una lírica tropa de poemas triunfales! | es |
Greiff,León_de | <XXI | Para_El_Asombro_De_Las_Greyes_Planas | Para el asombro de las greyes planas
suelo zurcir abstrusas cantilenas.
Para la injuria del coplero ganso
torno mis brumas cada vez más densas.
Para el mohín de los leyente docto
marco mis versos de bizarro rictus,
(leyente docto: abléptico pedante)
tizno mis versos de macabros untos.
Para mí... no hago nada, nada, nada,
A qué contar a la olvidosa gente
si el amor en mi pecho llora o canta?
(a la olvidosa gente, es a saber:
al aire, al viento, al sol, al río, al mar...)
o a qué decir si el alma poesía,
—gruña así o grazne la trivial raleaa
qué decir si el alma poesía
huésped es de mi torre o de mi rúa?
Y que (como Villon el su tabardo,
su buitre prometeiico Atlas el Sordo,
como Nerón la púrpura, y la toga
César el Calvo, y ponzoñosa daga
el Valentino de mirar buido,
y, de la Tour de Nesle precipitado,
el saco Buridán, oh Margarita!)
yo porto, a más del tirso y la careta,
yo porto, en mí, la sombra del fastidio,
signo fatal, exilio sin remedio?
(como Nerón la púrpura, o la toga
César el Calvo, o la siniestra daga
el Valentino César, cuando arruga
su ceño ante las turbas enemigas!)
Un ignorado ritmo, dócil, terso,
donde el absurdo corazón esparzo,
¡eso será la impertinente estrofa
en que de todo mi desdén se befa,
y más de mí!: desdén, sobrio estilete
y el más seguro amigo en el combate
contra la tribu inulta! ¡Oh Muchedumbre!:
qué vales tú, si topas con el Hombre?
(y el Hombre, dí, si topa con el Hambre?
y Muchedumbre y Hombre con la Hembra?).
Para mí no hago nada, nada, nada,
¡sino soñar, sólo vivir la vida!
Para mí no hago nada... ¿acaso humo
cuando en la pipa blondo aroma quemo,
—si en el magín devano las ideas
humo también, color de fantasía...—?
Para mí no hago nada, nada, sólo
soñar, vivir la vida a contrapelo.
Sin un sueño de Amor más que divino
—por tener de ideal y ser humano que
da objeto y razón a mi durar...
sin ése Amor, mejor fuérame ser
una Sombra en la Sombra: quieto Buda
dormitando en la Muerte o en la Vida.
Para el asombro de las greyes planas
suelo zurcir abstrusas cantilenas.
Para ofender la mesocracia ambiente
mi risa hago sonar de monte a monte;
tizno mis versos de bizarro rictus
para el mohín de lo leyente docto;
para divertimento de mí mismo
trovas pergeño: absurdos y sarcasmos!
Y busco algo de ensueño y de aventura
dentro la noche...! y doy la vida entera
por el Amor, oh tú, sola Mujer!
mientras viene el morir! | es |
Herrera_y_Reissig,Julio | <XXI | Salpica,_Se_Abre,_Humea,_Como_La_Carne_Herida | Salpica, se abre, humea, como la carne herida,
bajo el fecundo tajo, la palpitante gleba;
al ritmo de la yunta tiembla la corva esteva,
y el vientre del terruño se despedaza en vida.
Ímproba y larga ha sido como nunca la prueba...
La mujer, que afanosa preparó la comida,
en procura del amo viene como abstraída,
dando al pequeño el tibio, dulce licor que nieva.
De pronto, a la campana, todo el valle responde:
la madre de rodillas su casto seno esconde;
detiénese el labriego y se descubre, y arde
su mirada en la súplica de piadosos consejos...
Tórnanse al campanario los bueyes. A lo lejos
el estruendo del río emociona la tarde. | es |
Chocano,José_Santos | <XXI | Si_El_Hacha_Abre_Una_Senda_En_La_Montaña | Si el hacha abre una senda en la montaña
como en la mitológica leyenda
a crecer vuelve la roída entraña:
y la vegetación borra la senda.
Como la selva soy; como ella quiero
darle esperanza al corazón vencido;
porque también, como la selva, espero
que sobre tu pasión crezca mi olvido.
Ya no te puedo amar cual los amantes
de tus tiempos de sol: hoy me das frío.
Estoy enfermo de no amar, porque antes
de apurar el placer, siento el hastio...
¡Y quién sabe mirándote de lejos,
surja y retoñe mi pasión exigua:
una moneda de los tiempos viejos
es más preciada cuanto más antigua!... | es |
Caro,Miguel_Antonio | <XXI | Recuerdos | ¡Cuántas tú me despiertas
De olvidadas historias
Tristísimas memorias,
Tan pálidas e inciertas
Cual la sombra que vaga
Después que el sol ae apaga!
Cuándo, cómo o en dónde
Te conocí algún día,
Pregunto al alma mía,
Y mi alma no responde,
A su vez meditando
En dónde, cómo y cuándo.
¿Siglos hace? ¿habrá sido
En este triste suelo,
O en la región del cielo?...
Envuelto en alto olvido
Misterio tan sublime,
El corazón me oprime.
Así el que hendió los mares
En su estación florida,
Y el resto de la vida
Pasó libre de azares,
Si alguna vez, ya anciano,
Mira bajel lejano,
Cruzar ve de repente
Aéreos a distancia
Los días de su infancia;
Más que recuerda, siente,
Y al pecho con tristeza
Inclina la cabeza.
Siempre a ti consagrada
Mi lira fue, sin duda;
Pues de adormida y muda,
Revive a tu mirada,
Y combina sonidos
Que me son conocidos.
¿Algo tú no recuerdas?
¡Oh virgen! ¿no conoces
De tu cantor las voces?
¿Podrán ser de mis cuerdas
Nuevos a tus oídos
Los sones, los gemidos?
¡Robásteme el sosiego!
¡Por ti tanto cavilo!
¡Y desmayo, al asilo
De mi dolor me entrego,
Y en lo escondido lloro,
Y en silencio te adoro! | es |
Silva_Valdés,Fernán | <XXI | La_Carreta | Entre dos picaneadas
viborea la hilacha musical de un silbido...
Y pasa dando tumbos la rústica carreta,
Trae bueyes manchados,
Y el carrero de siempre,
que es un poco compadre
y otro poco romántico;
usa tras de la oreja
un caliente clavel colorado;
monta un caballo lerdo y esgrime la picana
con soltura en el brazo;
esa brava picana con la que ha tiempo viene
—desde los horizontes naranjas o encarnados—
azuzando a los bueyes
y midiendo el largor de los pagos.
Y pasa dando tumbos la rústica carreta.
Un arroyo risueño
quiere atajarle el paso con su cinta celeste;
caen al agua las ruedas, y el arroyo que es bueno
—pagando bien por mal—
con su propia agua herida
le va colgando flecos.
Y más allá es un cerro
que la convida al ocio
mostrándole de lejos sus piedras de colores
que son como cristales
que le han sobrado al cielo.
Mas la carreta no repara en ello
porque lleva al costado
otra cosa más linda, otra cosa mejor:
la boca del carrero, viva y húmeda,
frunciéndose en silbido y abriéndose en canción.
Y el carrero entre canto y silbido
se da a soñar
y a fantasear.
La hora de la tarde,
un rancho,
una ventana
cuadriculando un rostro que se escondió fugaz...
Y entre las dos arrugas de su frente curtida
aquella ventanita es como un ojo más.
Mientras el hombre sueña las yuntas laboran
hundiendo la pezuña y agachando el testuz:
bajo la T mayúscula que hacen pértigo y yugo
parece que llevaran más que una T una cruz.
Prosigue envuelta en polvo la rústica carreta;
lleva un dolor de ejes como un dolor de huesos;
rueda tembleque y rota
de tanto dejar cargas al portal de los pueblos,
tal como esas mujeres viejas y enflaquecidas
de tanto dejar hilos
al portal de la vida.
Enfrente a una carreta me voy sintiendo niño.
A pesar de su facha claudicante y grotesca,
y su andar sin premuras, su andar de caracol,
tiene algo de alado y algo de tiempo antiguo,
y toda porque un buey se llama «golondrina»,
y porque otro buey se llama «picaflor». | es |
Aridjis,Homero | <XXI | Profecía_Del_Hombre | Las nubes colgaron como hollejos
los ríos se estancaron muertos
se extinguieron las aves y los peces
en las montañas se secaron los árboles
la última ballena se hundió
en las aguas como una catedral
el elefante sucumbió
en el zoológico de una ciudad sin aire
el sol pareció una yema arrojada en el lodo
los hombres se enmascararon
sin noche y sin día
caminaron solitarios por el jardín negro | es |
Kiriadre,Graciela | XXI | La_Inocencia_Finalizó | Grita el televisor la noticia
—Notero de Ley,
ha muerto por accidente, en un funesto incendio —
al oído ingenuo
ilusionado por un cambio sin igual
mientras los sueños delirantes
encantados de fantasía con duendes
se suicidan con fastidio
y chispa encendida.
Recuerdo cuando yo, era niña
luna y reyes,
bondades y ruiseñores
muñecas en estantes
cuentos ganadores de honestidad.
Él, antes susurraba
las injusticias,
historias que nadie quería nombrar
era un necio periodista
noctámbulo solitario de horas tristes
enseñando a pensar. | es |
Márquez_Cristo,Gonzalo | XXI | Nacimientos | El equilibrio sólo puede hallarse prescindiendo de la respiración, en la inmovilidad del salto, en la noche poseída.
Las búsquedas sin señuelo me habían conducido a mi rostro. Desde la infancia padecí de la vida contrariada por la
espectral voracidad del poema. Me ejercité en hallar los caminos más escabrosos, más inútiles... Nunca eludí
un encuentro que antecediera a la desesperación.
Delaté a los dioses del miedo y al deseo —que inventaba demonios.
Vi al placer cerrando los ojos y al terror sin párpados...
Conocí la verdadera palabra: la que migra, la que abandona su escenario de papel, y fui su víctima.
Vislumbré la montaña a la deriva, el río inmóvil, el ardor sumergido...
Procuré no realizar mis sueños para no perder la fuerza del extravío.
Abracé al miedo para descubrir, dancé en círculo para cuidar al sol y tracé un signo furtivo, irrevelable...
Protegí mis dudas y aticé mi libertad.
Las palabras son lo visible.
Creo en la riqueza de nuestra adversidad.
Las búsquedas sin señuelo me habían conducido a mi rostro. Desde la infancia padecí de la vida contrariada por la
espectral voracidad del poema. Me ejercité en hallar los caminos más escabrosos, más inútiles... Nunca eludí
un encuentro que antecediera a la desesperación.
Delaté a los dioses del miedo y al deseo —que inventaba demonios.
Vi al placer cerrando los ojos y al terror sin párpados...
Conocí la verdadera palabra: la que migra, la que abandona su escenario de papel, y fui su víctima.
Vislumbré la montaña a la deriva, el río inmóvil, el ardor sumergido...
Procuré no realizar mis sueños para no perder la fuerza del extravío.
Abracé al miedo para descubrir, dancé en círculo para cuidar al sol y tracé un signo furtivo, irrevelable...
Protegí mis dudas y aticé mi libertad.
Las palabras son lo visible.
Creo en la riqueza de nuestra adversidad.
Delaté a los dioses del miedo y al deseo —que inventaba demonios.
Vi al placer cerrando los ojos y al terror sin párpados...
Conocí la verdadera palabra: la que migra, la que abandona su escenario de papel, y fui su víctima.
Vislumbré la montaña a la deriva, el río inmóvil, el ardor sumergido...
Procuré no realizar mis sueños para no perder la fuerza del extravío.
Abracé al miedo para descubrir, dancé en círculo para cuidar al sol y tracé un signo furtivo, irrevelable...
Protegí mis dudas y aticé mi libertad.
Las palabras son lo visible.
Creo en la riqueza de nuestra adversidad.
Vi al placer cerrando los ojos y al terror sin párpados...
Conocí la verdadera palabra: la que migra, la que abandona su escenario de papel, y fui su víctima.
Vislumbré la montaña a la deriva, el río inmóvil, el ardor sumergido...
Procuré no realizar mis sueños para no perder la fuerza del extravío.
Abracé al miedo para descubrir, dancé en círculo para cuidar al sol y tracé un signo furtivo, irrevelable...
Protegí mis dudas y aticé mi libertad.
Las palabras son lo visible.
Creo en la riqueza de nuestra adversidad.
Conocí la verdadera palabra: la que migra, la que abandona su escenario de papel, y fui su víctima.
Vislumbré la montaña a la deriva, el río inmóvil, el ardor sumergido...
Procuré no realizar mis sueños para no perder la fuerza del extravío.
Abracé al miedo para descubrir, dancé en círculo para cuidar al sol y tracé un signo furtivo, irrevelable...
Protegí mis dudas y aticé mi libertad.
Las palabras son lo visible.
Creo en la riqueza de nuestra adversidad.
Vislumbré la montaña a la deriva, el río inmóvil, el ardor sumergido...
Procuré no realizar mis sueños para no perder la fuerza del extravío.
Abracé al miedo para descubrir, dancé en círculo para cuidar al sol y tracé un signo furtivo, irrevelable...
Protegí mis dudas y aticé mi libertad.
Las palabras son lo visible.
Creo en la riqueza de nuestra adversidad.
Procuré no realizar mis sueños para no perder la fuerza del extravío.
Abracé al miedo para descubrir, dancé en círculo para cuidar al sol y tracé un signo furtivo, irrevelable...
Protegí mis dudas y aticé mi libertad.
Las palabras son lo visible.
Creo en la riqueza de nuestra adversidad.
Abracé al miedo para descubrir, dancé en círculo para cuidar al sol y tracé un signo furtivo, irrevelable...
Protegí mis dudas y aticé mi libertad.
Las palabras son lo visible.
Creo en la riqueza de nuestra adversidad.
Protegí mis dudas y aticé mi libertad.
Las palabras son lo visible.
Creo en la riqueza de nuestra adversidad.
Las palabras son lo visible.
Creo en la riqueza de nuestra adversidad.
Creo en la riqueza de nuestra adversidad. | es |
Melgar_Becerra,Juan_Miguel | XXI | La_Brisa_Triste_Del_Invierno_Pasado | La brisa triste del invierno pasado
ha venido a mecer de nuevo las ramas
del manzano,
cordialmente, llenas de elegancia,
adornan un sincero instante de mar,
todas, entrelazadas y llenas de armonía.
Recuerdo esta brisa, tarde de ayer,
dulce mariposa de colores mirando
tus ojos, diluyendo tu corazón en la
tinta de un poema.
¿Recuerdas, amada mía, la tarde aquella?
Tarde de soledades y tristezas varias,
tu mano, inclinada en el vacío, esperando
una leve caricia de mi mano,
caricia prolongada y ya extinguida,
desafío inherente entre Dios y la nada,
surtidores de plata, y tu mundo y el mío...
aquella tarde en la que te besaba...
¡Qué brisa entonces la de aquella tarde!
Consumiéndote sola, tu belleza anduve
con pasos decididos, y risas estridentes,
y labios de otros labios, se pierden en el tiempo...
... tú no estás en tu ventana, ya casi te olvidé,
entre copas y almohadas y abrazos de la gente
que hallé en el camino.
Yo te amé, tú bien lo sabes, tú me amabas,
en fin, hoy todo ha terminado.
La brisa triste del invierno pasado,
ha venido a mecer de nuevo las ramas
del manzano. | es |
Lugones,Leopoldo | <XXI | Hortvs_Deliciarvm | El crepúsculo sufre en los follajes.
Tus manos afeminan las discretas
Caricias de las noches incompletas,
Bajo una fina languidez de encajes
Y un indulgente olor de violetas.
Nieva tu palidez sobre las horas.
Mi deseo perfuma, y mi pupila,
Al fulgor de la tarde que vacila,
Complica en sutilezas tentadoras
La breve arruga de tu media lila.
Algo llora en llora en los árboles espesos.
El alma, enferma de divinos males,
Quiere unir en las copas inmortales,
A la inquietud ambigua de tus besos
El sabor de las églogas pradiales.
Llega un triste mensaje: ha muerto Ofelia.
La flor de oro del Sol, desde el poniente,
Quema en su polen de oro, inúltimente,
Tu integridad estéril de camelia,
Y agoniza dorándote la frente.
Hoy cantan los maitines de las flores.
Deja arrastrar tu falda entre mis penas,
Y al ritmo de la sangre de mis venas
Trovaré el virelay de tus pudores
Y canonizaré tus azucenas.
Las tardes se marchitan desoladas.
Dame el saludo de cortés desvío,
Y verás cuál resbala por el frío
Ópalo de tus uñas delicadas,
Mi alma como una gota de rocío.
El violín detalla una gavota,
Mi corazón fallece en un gemido,
Porque al beso de sombra del olvido,
Bajo el ancho muaré de tu capota
Tu mirada y la tarde se han dormido. | es |
Cela,Camilo_José | <XXI | Toisha_V_Ii | Ahora, ahora mismo,
En este instante idéntico a niña embarazada,
En este instante mismo en que la sangre se agolpa por mis sienes
En este instante, oh muerta!, en que navajas, tréboles,
O espartos moribundos dan sabor a tu boca,
En que huracanes trémulos, musgos recién nacidos,
O gusanos sin boca son dueños de tus senos,
En que la tierra inmensa te ahoga por la garganta
Por un instante no mayor que un beso,
En que lágrimas huecas o mechones de pelo perfectamente inútiles
No son lo que yo quiero: que es tu presencia misma,
Que es tu carne dorada donde yo me dormía,
Que son tus piernas tibias, tus muslos abarcados,
Tus fecundas caderas donde yo cabalgaba
Como un verano, hasta que te rendías,
Tus fortísimos brazos con que, toda desnuda,
Me levantabas sobre tu cabeza
En este instante en que un dolor inmenso
Es incapaz de hacerme mover un solo dedo,
Yo te prometo, oh dulce esposa mía asesinada,
Oh madrecita sin haber parido, oh muerta,
Colgar tu atroz recuerdo cada noche de un pelo,
Y que desiertos de tinieblas moradas
O amargas noches de insomnio y sobresalto
Sean incapaces de ahogarme como a un niño. | es |
Neruda,Pablo | <XXI | Poema_15 | Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.
Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto. | es |
Castillo_Fan,Jorge | XXI | Soñabas_De_Perfil | Soñabas de perfil
Disuelta la luna entre tus dedos
tejías un himno para no morir
¿Era tu voz una danza invisible sobre el viento
o el alma de los ciegos
quebrada en el licor de los silencios?
¿Blandías estrellas sobre el fango? | es |
Calama_Rodríguez,Luis | XXI | Quiero_Que_Vuelvas_Madre_Hasta_Mi_Lado | Quiero que vuelvas madre hasta mi lado,
a recorrer conmigo los senderos
que cruzan los rincones de la vida,
retomando de un soplo el sentimiento
de aquellas tardes dulces del pasado.
Quiero escuchar de nuevo tus palabras
para salir del fondo de los miedos
y alargar de mi sombra los latidos
que palpitan contigo en los recuerdos.
Quiero romper los muros de los tiempos
y deshacer los años transcurridos
que cortan mis raíces y me arrastran
a un mundo más hostil e insolidario.
Quiero marchar de nuevo de tu mano,
protegido por siempre, por sentirme
otra vez consolado cuando el viento
ruge fiero en la noche en mi ventana.
Quiero que vuelvas madre, y me rescates
de todas las razones que no tengo,
y te acerques despacio hasta mi cama,
para velar mi sueño, mientras duermo. | es |
Paz,Octavio | <XXI | Novedad_De_Hoy_Y_Ruina_De_Pasado_Mañana | novedad de hoy y ruina de pasado mañana, enterrda y resucitada cada día,
convivida en calles, plazas, autobuses, taxis, cines, teatros, bares, hoteles, palomares, catacumbas,
la ciudad enorme que cabe en un cuarto de tres metros cuadrados inacabable como una galaxia,
la ciudad que nos sueña a todos y que todos hacemos y deshacemos y rehacemos mientras soñamos,
la ciudad que todos soñamos y que cambia sin cesar mientras la soñamos,
la ciudad que despierta cada cien años y se mira en el espejo de una palabra y no se reconoce y otra vez se echa a dormir,
la ciudad que brota de los párpados de la mujer que duerme a mi lado y se convierte,
con sus monumentos y sus estatuas, sus historias y sus leyendas,
en un manantial hecho de muchos ojos y cada ojo refleja el mismo paisaje detenido,
antes de las escuelas y las prisiones, los alfabetos y los números, el altar y la ley:
el río que es cuatro ríos, el huerto, el árbol, la Varona y el Varón vestido de viento
—volver, volver, ser otra vez arcilla, bañarse en esa luz, dormir bajo esas luminarias,
flotar sobre las aguas del tiempo como la hoja llameante del arce que arrastra la corriente,
volver, ¿estamos dormidos o despiertos?, estamos, nada más estamos, amanece, es temprano,
estamos en la ciudad, no podemos salir de ella sin caer en otra, idéntica aunque sea distinta,
hablo de la ciudad inmensa, realidad diaria hecha de dos palabras: los otros,
y en cada uno de ellos hay un yo cercenado de un nosotros, un yo a la deriva,
hablo de la ciudad construida por los muertos, habitada por sus tercos fantasmas, regida por su despótica memoria,
la ciudad con la que hablo cuando no hablo con nadie y que ahora me dicta estas palabras insomnes,
hablo de las torres, los puentes, los subterráneos, los hangares, maravillas y desastres,
El estado abstracto y sus policías concretos, sus pedagogos, sus carceleros, sus predicadores,
las tiendas en donde hay de todo y gastamos todo y todo se vuelve humo,
los mercados y sus pirámides de frutos, rotación de las cuatro estaciones, las reses en canal colgando
de los garfios, las colinas de especias y las torres de frascos y conservas,
todos los sabores y los colores, todos los olores y todas las materias, la marea de las voces —agua, metal, madera, barro—, el trajín, el regateo y el trapicheo desde el comienzo de los días,
hablo de los edificios de cantería y de mármol, de cemento, vidrio, hierro, del gentío en los vestíbulos y portales, de los elevadores que suben y bajan como el mercurio en los termómetros,
de los bancos y sus consejos de administración, de las fábricas y sus gerentes, de los obreros y sus máquinas incestuosas,
hablo del desfile inmemorial de la prostitución por calles largas como el deseo y como el aburrimiento,
del ir y venir de los autos, espejo de nuestros afanes, quehaceres y pasiones (¿por qué, para qué, hacia dónde?),
de los hospitales siempre repletos y en los que siempre morimos solos,
hablo de la penumbra de ciertas iglesias y de las llamas titubeantes de los cirios en los altares,
tímidas lenguas con las que los desamparados hablan con los santos y con las vírgenes en un lenguaje ardiente y entrecortado,
hablo de la cena bajo la luz tuerta en la mesa coja y los platos desportillados,
de las tribus inocentes que acampan en los baldíos con sus mujeres y sus hijos, sus animales y sus espectros,
de las ratas en el albañal y de los gorriones valientes que anidan en los alambres, en las cornisas y en los árboles martirizados,
de los gatos contemplativos y de sus novelas libertinas a la luz de la luna, diosa cruel de las azoteas,
de los perros errabundos, que son nuestros franciscanos y nuestros bhikkus, los perros que desentierran los huesos del sol,
hablo del anacoreta y de la fraternidad de los libertarios, de la conjura de los justicieros y de la banda de los ladrones,
de la conspiración de los iguales y de la sociedad de amigos del Crimen, del club de los suicidas y de Jack el Destripador,
del Amigo de los Hombres, afilador de la guillotina, y de César, Delicia del Género Humano,
hablo del barrio paralítico, el muro llagado, la fuente seca, la estatua pintarrajeada,
hablo de los basureros del tamaño de una montaña y del sol taciturno que se filtra en el polumo,
de los vidrios rotos y del desierto de chatarra, del crimen de anoche y del banquete del inmortal Trimalción,
de la luna entre las antenas de la televisión y de una mariposa sobre un bote de inmundicias,
hablo de madrugadas como vuelo de garzas en la laguna y del sol de alas transparentes que se posa en los follajes de piedra de las iglesias y del gorjeo de la luz en los tallos de vidrio de los palacios,
hablo de algunos atardeceres al comienzo del otoño, cascadas de oro incorpóreo, transfiguración de este mundo, todo pierde cuerpo, todo se queda suspenso,
la luz piensa y cada uno de nosotros se siente pensado por esa luz reflexiva, durante un largo instante el tiempo se disipa, somos aire otra vez,
hablo del verano y de la noche pausada que crece en el horizonte como un monte de humo que poco a poco se desmorona y cae sobre nosotros como una ola,
reconciliación de los elementos, la noche se ha tendido y su cuerpo es un río poderoso de pronto dormido, nos mecemos en el oleaje de su respiración, la hora es palpable, la podemos tocar como un fruto,
han encendido las luces, arden las avenidas con el fulgor del deseo, en los parques la luz eléctrica atraviesa los follajes y cae sobre nosotros una llovizna verde y fosforescente que nos ilumina sin mojarnos, los árboles murmuran, nos dicen algo,
hay calles en penumbra que son una insinuación sonriente, no sabemos adónde van, tal vez al embarcadero de las islas perdidas,
hablo de las estrellas sobre las altas terrazas y de las frases indescifrables que escriben en la piedra del cielo,
hablo del chubasco rápido que azota los vidrios y humilla las arboledad, duró veinticinco minutos y ahora allá arriba hay agujeros azules y chorros de luz, el vapor sube del asfalto, los coches relucen, hay charcos donde navegan barcos de reflejos,
hablo de nubes nómadas y de una música delgada que ilumina una habitación en un quinto piso y de un rumor de risas en mitad de la noche como agua remota que fluye entre raíces y yerbas,
hablo del encuentro esperado con esa forma inesperada en la que encarna lo desconocido y se manifiesta a cada uno:
ojos que son la noche que se entreabre y el día que despierta, el mar que se tiende y la llama que habla, pechos valientes: marea lunar,
labios que dicen sésamo y el tiempo se abra y el pequeño cuarto se vuelve jardín de metamorfosis y el aire y el fuego se enlazan, la tierra y el agua se confunden,
o es el advenimiento del instante en que allá, en aquel otro lado que es aquí mismo, la llave se cierra y el tiempo cesa de manar;
instante del hasta aquí, fin del hipo, del quejido y del ansia, el alma pierde cuerpo y se desploma por un agujero del piso, cae en sí misma, el tiempo se ha desfondado, caminamos por un corredor sin fin, jadeamos en un arenal,
¿esa música se aleja o se acerca, esas luces pálidas se encienden o apagan?, canta el espacio, el tiempo se disipa: es el boqueo, es la mirada que resbala por la lisa pared, es la pared que se calla, la pared,
hablo de nuestra historia pública y de nuestra historia secreta, la tuya y la mía,
hablo de la selva de piedra, el desierto del profeta, el hormigüero de almas, la congregación de tribus, la casa de los espejos, el laberinto de ecos,
hablo del gran rumor que viene del fondo de los tiempos, murmullo incoherente de naciones que se juntan o dispersan, rodar de multitudes y sus armas como peñascos que se despeñan, sordo sonar de huesos cayendo en el hoyo de la historia,
hablo de la ciudad, pastora de siglos, madre que nos engendra y nos devora, nos inventa y nos olvida.
CARTA DE CREENCIA | es |
Carrera_Andrade,Jorge | <XXI | ¿Soy_Sólo_Un_Rostro,_Un_Nombre | ¿Soy sólo un rostro, un nombre
un mecanismo oscuro y misterioso
que responde a la planta y al lucero?
Yo sé que este armatoste de cal viva
con ropaje de polvo
que marca mi presencia entre los hombres
me acompaña de paso, ya que un día
irá a habitar el vacío
de mí bajo la tierra.
¿Qué mueve al mecanismo transitorio?
Soy sólo un visitante
y creo ser el dueño de casa de mi cuerpo,
nocturna madriguera iluminada
por un fulgor eterno. | es |
Bello,Andrés | <XXI | «Líbranos_De_La_Fiera_Tiranía | «Líbranos de la fiera tiranía
de los humanos, Jove omnipotente
(una oveja decía,
entregando el vellón a la tijera);
que en nuestra pobre gente
hace el pastor más daño
en la semana, que en el mes o el año
la garra de los tigres nos hiciera.
Vengan, padre común de los vivientes,
los veranos ardientes;
venga el invierno frío,
y danos por albergue el bosque umbrío,
dejándonos vivir independientes,
donde jamás oigamos la zampoña
aborrecida, que nos da la roña,
ni veamos armado
del maldito cayado
al hombre destructor que nos maltrata,
y nos trasquila, y ciento a ciento mata.
Suelta la liebre pace
de lo que gusta, y va donde le place,
sin zagal, sin red y sin cencerro;
y las tristes ovejas (¡duro caso!),
si hemos de dar un paso,
tenemos que pedir licencia al perro.
Viste y abriga al hombre nuestra lana;
el carnero es su vianda cuotidiana;
y cuando airado envías a la tierra,
por sus delitos, hambre, peste o guerra,
¿quién ha visto que corra sangre humana
en tus altares? No: la oveja sola
para aplacar tu cólera se inmola.
Él lo peca, y nosotras lo pagamos.
¿Y es razón que sujetas al gobierno
de esta malvada raza, Dios eterno,
para siempre vivamos?
¿Qué te costaba darnos, si ordenabas
que fuésemos esclavas,
menos crüeles amos?
que matanza a matanza y robo a robo,
harto más fiera es el pastor que el lobo».
Mientras que así se queja
la sin ventura oveja
la monda piel fregándose en la grama,
y el vulgo de inocentes baladores
¡vivan los lobos! clama
y ¡mueran los pastores!
y en súbito rebato
cunde el pronunciamiento de hato en hato
el senado ovejuno
«¡ah! dice; todo es uno».
¡vivan los lobos!
¡mueran los pastores! | es |
Arciniegas,Ismael_Enrique | <XXI | Serenidad | ¿Qué fue lo que dijiste
Cuando adiós me dijiste?
¿Que ya no nos amábamos?... Pero, sí, nos amamos.
¿Lloraste? ¿Serás siempre la que yo he conocido
Desde que en nuestra vida los dos nos encontramos?
Y sé perfectamente que bien me has comprendido.
Sé más franca. Las cosas siempre estás complicando,
Y por ese motivo nos vemos disputando;
Di, pues, que en nuestra época siempre es afectación,
Y que siempre resulta ridículo y vulgar,
Cuando de amantes finos muchos la quieren dar,
Escribir con mayúsculas Amor y Corazón;
Palabras que de nada nos sirven empleamos
Y que son fastidiosas,
Y, además, peligrosas,
E importancia con ellas en la vida nos damos.
Mi corazón, repiten. Tu corazón también,
Y nuestros corazones. Es costumbre corriente.
Y podría jurarte que de todo eso, bien
Prescindir se podría, sin gran inconveniente,
Y arreglarse al momento las cosas fácilmente.
¿Nuestros dos corazones? Hay tan sólo «tú y yo».
«Tú y yo» no más: de raro no hemos tenido nada,
Pero con las palabras siempre nos embriagamos,
Y aquí, desde la tierra, dándonos cuenta vamos
Que lo real no llega nunca a la altura soñada.
Te suplico, es prudente, que los dos prescindamos
De hablar de Corazones, y que tú y yo seamos
Lo que nosotros somos. Cuando los dos nos vemos
No nos turbamos mucho, pues bien nos conocemos;
Ya todo no es como antes, en días de ventura;
Cuando nos encontramos, no veo en ti locura;
Me pasa a mí lo mismo... lo mismo... ¡Bien! ¿Y qué?
Es esto que aquí ocurre, tragedia no se ve.
¿Nos sentimos calmados?... Esto es muy natural,
Es la costumbre. Estamos
Ya con ella habituados, ha tiempo, bien o mal;
Y cuando ambos creemos que ya no nos amamos,
Cada uno se fastidia si el otro se halla ausente.
No hallamos gusto en nada. Todo es triste en redor.
Nos vemos desdichados, con aire displicente.
Pero ¿un bien no es esto ya? Pues bueno: así es mejor. | es |
Buesa,José_Ángel | <XXI | Una_Palabra_Simple_Es_Suficiente | Una palabra simple es suficiente.
Y aprender a cantar oyendo el río
que no sabe que canta en su corriente.
Y un buen amor, como tu amor y el mío.
Nada más de esa lágrima insincera
ni de aquella clausura en el espanto,
como el agua del pozo, que quisiera
cantar también, pero le falta el canto.
Y por una palabra que dijiste
y echó hacia atrás el frío de la nieve,
ayer la lluvia me dejaba triste
y hoy casi sonrío cuando llueve.
Una palabra simple y un lejano
crepúsculo de otoño sobre el río,
como mi mano, así, sobre tu mano,
y nada más para tu amor y el mío.
Música fácil para el sentimiento
como el sol en el patio de la casa,
y que la vida pase como el viento,
que ni se ve siquiera cuando pasa. | es |
Acuña,Hernando_de | <XXI | Soneto_En_Prisión_De_Franceses_Iii | Cuando contemplo el triste estado mío
y se me acuerda mi dichoso estado,
hallo mi ser en todo tan trocado,
que pensar tuve bien es desvarío.
Con mi memoria por mi mal porfío,
pues, sino es esperanza en bien pasado,
y en ella con razón fui confiado,
con muy mayor ahora desconfío.
Ausencia, de pasiones padre y fuente
junta con el temor de vuestro olvido,
del cual aun en presencia me temía,
hacen con fuerza del dolor presente
parecerme, según ya estoy perdido,
que ni fue ni vi entonces lo que vía. | es |
Benedetti,Mario | <XXI | Paréntesis | Acompáñenme a entrar en el paréntesis
que alguien abrió cuando parió mi madre
y permanece aún en los otroras
y en los ahoras y en los puede ser
lo llaman vida si no tiene herrumbre
yo manejo el deseo con mis riendas
mientras trato de construir un cielo
en sus nubes los pájaros se esconden
no es posible viajar bajo sus alas
lo mejor es abrir el corazón
y llenar el paréntesis con sueños
los pájaros escapan como amores
y como amores vuelven a encontrarnos
son sencillos como las soledades
y repetidos como los insomnios
busco mis cómplices en la frontera
que media entre tu piel y mi pellejo
me oriento hacia el amor sin heroísmo
sin esperanzas pero con memoria
por ahora el paréntesis prosigue
abierto y taciturno como un túnel | es |
Melgar_Becerra,Juan_Miguel | XXI | Sabía,_Amor_Mío,_Lo_Que_Era_Perderte | Sabía, amor mío, lo que era perderte,
perderte como el que pierde el mar,
o como el pájaro pierde su vuelo,
o su belleza,
perderte era la opción perfecta,
sin distinciones, sin enojo, ni llanto,
era una realidad más otra, la de tu
risa, simbólica distancia, tan pequeña,
que se expresaba tan solo en el olvido,
perderte era una rosa que moría,
en el silencio triste de tus labios. | es |
García_Cabrera,Pedro | <XXI | Yo_No_Soy_Ese_Grano_Al_Que_Acicalan | Yo no soy ese grano al que acicalan
con carnes y mariscos
y sirven a la mesa camareros
que aprendieron el paso
ritual de la sonrisa,
sino el peón de brega al que rasuran
el mechón de la barba y desarropan,
ese descamisado sin padrinos
que se bebe la luz y el aire en cueros,
aunque a veces me duelan las caderas
de tanto trabajar mis agonías
y granar mi mendrugo de borona
en las mazorcas del silencio.
Menos mal que soy gallo de pelea
y no me tiembla el pico
hasta dar con la herida en que termine.
¡Viva el sol! Sea él quien me deje
la quietud de la muerte
tatuada en las costillas.
Pero antes quiero ser
cotufa
reventando
en un gran tostador de mar con viento.
Que me arranquen las muelas en las islas
y me hagan gofio de verdad y molienda,
solo o con la cebada
y su cola de alpispa
o con mi amigo el trigo
y sus dientes de oro.
No quiero, no, el verdor de los maizales,
recordar los machetes de la infancia
que les sacaron filos a mis hojas.
Me quiero en el cetrino
rostro de las llanadas,
transportado en los hombros de los indios,
apretando mis penas con las suyas.
Que me frangollen los desheredados.
Y sin decir adiós ni a la tristeza,
este grano que soy muere sangrando,
solidario del hambre de los niños,
muy cerca de mi propia lejanía. | es |
Gallego,Vicente | <XXI | Una_Tarde_Cualquiera | No hay grandeza en la tarde, ni en el ocio
que la tarde me entrega y que he gastado
en buscar algo grande en el entorno
que ahora envuelve mi tiempo. Y después de la música,
y de mucho tabaco, y de dar muchas vueltas
por mi vieja memoria y por la casa,
he encontrado en un libro algunas fotos
de una tarde tranquila como ésta
en las que estoy fumando en la terraza.
Y al mirar esas fotos todavía recientes
de un momento trivial como este mismo,
una extraña emoción adorna los objetos
que desde allí me observan, y que voy comparando
con lo que son ahora: las macetas
han cambiado de sitio, ya se han muerto las flores
que crecían entonces, y entre otros detalles
sin ninguna importancia que mi mano mudó
al correr de los días, descubro ahora que es la mano
que sostiene el cigarro y parece la misma
lo que más ha cambiado, pues pertenece a un hombre
que soñaba un futuro diferente
para el que hoy lo mira, y se sonríe,
y alimenta otros sueños, y comprende
que también pasarán los de este día,
y aún contempla la tarde que se escapa,
y en ella al fin percibe, durante un solo instante,
esa extraña grandeza
que al pasar pone el tiempo en las cosas pequeñas. | es |
Eguren,José_María | <XXI | Lied_Iii | En la costa brava
suena la campana,
llamando a los antiguos
bajales sumergidos.
Y como tamiz celeste
y el luminar de hielo,
pasan tristemente
los bajales muertos.
Carcomidos, flavos,
se acercan bajando...
y por las luces dejan
oscuras estelas.
Con su lenguaje incierto,
parece que sollozan,
a la voz de invierno,
preterida historia.
En la costa brava
suena la campana
y se vuelven las naves
al panteón de los mares. | es |
Andreu,Blanca | <XXI | Gesto_De_Sable_Pájaro,_Ademán_De_Orgullo | Gesto de sable pájaro, ademán de orgullo
cuando con los días contados
finges, te creces, injurias con la voz que va derecha.
Fugaces cortesías de los mares se disputan tu honor
y cierto género de noticias o silencios muy elocuentes,
espías del recuerdo las estrellas evocadoras, oleajes
de postrimerías, bendiciones, cuando
—bajo la advocación del Holandés— te desposas con el aparejo
y el viento oficiante murmura
sobre el podrido tálamo de lona
mientras que la madera entona el réquiem. | es |
Jiménez,Juan_Ramón | <XXI | Nostaljia_Grande | Hojita verde con sol,
tú sintetizas mi afán;
afán de gozarlo todo,
de hacerme en todo inmortal. | es |
Aleixandre,Vicente | <XXI | Sin_Luz | El pez espada, cuyo cansancio se atribuye ante todo a la imposibilidad de horadar a la sombra,
de sentir en su carne la frialdad del fondo de los mares donde el negror no ama,
donde faltan aquellas frescas aigas amarillas
que el sol dora en las primeras aguas.
La tristeza gemebunda de ese inmóvil pez espada cuyo ojo no gira,
cuya fijeza quieta lastima su pupila,
cuya lágrima resbala entre las aguas mismas
sin que en ellas se note su amarillo tristísimo.
El fondo de ese mar donde el inmóvil pez respira con sus branquias un barro,
ese agua como un aire,
ese polvillo fino
que se alborota mintiendo la fantasía de un sueño,
que se aplaca monótono cubriendo el lecho quieto
donde gravita el monte altísimo, cuyas crestas se agitan
como penacho —sí— de un sueño oscuro.
Arriba las espumas, cabelleras difusas,
ignoran los profundos pies de fango,
esa imposibilidad de desarraigarse del abismo,
de alzarse con unas alas verdes sobre lo seco abisal
y escaparse ligero sin miedo al sol ardiente.
Las blancas cabelleras, las juveniles dichas,
pugnan hirvientes, pobladas por los peces
—por la creciente vida que ahora empieza—,
por elevar su voz al aire joven,
donde un sol fulgurante
hace plata el amor y oro los abrazos,
las pieles conjugadas,
ese unirse los pechos como las fortalezas que se aplacan fundiéndose.
Pero el fondo palpita como un solo pez abandonado.
De nada sirve que una frente gozosa
se incruste en el azul como un sol que se da,
como amor que visita a humanas criaturas.
De nada sirve que un mar inmenso entero
sienta sus peces entre espumas
como si fueran pájaros.
El calor que le roba el quieto fondo opaco,
la base inconmovible de la milenaria columna
que aplasta un ala de ruiseñor ahogado,
un pico que cantaba la evasión del amor,
gozoso entre unas plumas templadas a un sol nuevo.
Ese profundo obscuro donde no existe el llanto,
donde un ojo no gira en su cuévano seco,
pez espada que no puede horadar a la sombra,
donde aplacado el limo no imita un sueño agotado. | es |
Chocano,José_Santos | <XXI | Plática_(A_Media_Voz) | Converso contigo, cual con una hermana.
Recordamos juntos la vida lejana;
y clavas, al verme, dentro de los míos,
tus ojos serenos y fríos...
Tus ojos profundos parecen espejos,
en donde se miran, acaso de lejos
los seres queridos, la esposa, la hermana,
los hijos, la madre ya anciana...
Yo miro en tus ojos mi casa y mi huerta,
el ave en la jaula y el perro a la puerta,
las vides, debajo de cuyos sarmientos
mi padre contábame cuentos...
Yo miro en tus ojos los largos salones,
los techos labrados, los recios balcones,
los muebles más graves, los cuadros más viejos,
los ya desconchados espejos...
Yo miro en tus ojos la plaza sonora,
en donde en mi infancia corría, a la hora
en que, desde el cielo, llamaba al rosario
la voz del audaz campanario...
Yo miro en tus ojos el patrio paisaje,
la cúspide andina y el arduo boscaje,
la choza de paja, delante el estero
y detrás el gentil cocotero...
Yo miro en tus ojos... ¡Dios sabe qué miro!
Conversa, conversa: te escucho y suspiro.
Mas ¡no! Para hablarme, tus ojos son sabios;
y no abras, arquea los labios...
No sé lo que siento mirando tus ojos.
Quisiera a tus plantas, postrado de hinojos,
besarte las manos, diciéndote cosas
que fuesen manojos de rosas... | es |
Flórez,Julio | <XXI | Vestida_De_Blanco_La_Vi_En_La_Mañana | Vestida de blanco la vi en la mañana,
en un vasto templo y al pie de una cruz;
mostraba en su tersa mejilla lozana,
la huella del último beso de luz...
Vestida de rojo, después, a mi lado
la vi, por la tarde, como un resplandor;
mostraba en su boca de flor de granado
la huella del último beso de amor.
Y luego en la noche, de negro vestía,
su yerto cadáver... ¡Oh muerte cruel!
¡Mostraba en su frente, ya pálida y fría,
la huella del último beso de hiel! | es |
Chocano,José_Santos | <XXI | Extasiado_Colón,_Sorpresa_Honda | Extasiado Colón, sorpresa honda
embargaba su espíritu; y risueño,
entró en el bosque, se perdió en la fronda
y volvió a aparecer como en un sueño.
¿Qué afán era ese afán con que él quería
dar la vuelta a las Indias Orientales?
¿Qué fe la fe con que, en egregio día,
vio, al través de su propia fantasía,
arduas cumbres y selvas tropicales?
Golpeó la tierra firme que en su anhelo
buscó inspirado; se postró de hinojos;
hizo una cruz y la besó, en el suelo;
y, mudamente, levantó los ojos...
Y en el rústico altar, bajo la sombra,
ante los agrupados marineros
que se postraron en la verde alfombra,
mientras que relumbraban los aceros,
el sacerdote, en actitud de altivo
conquistador de paz envuelto en guerra,
por la primera vez el cuerpo vivo
tuvo de Dios sobre la virgen tierra;
y cuando, así, la hostia consagrada
arrastró con espíritu cristiano,
de los sorpresos indios la mirada,
por detrás de esa bíblica rapsodia
fue elevándose el Sol, cual si una mano
pusiese en el altar una custodia.
El sacerdote ante Colón —que al suelo
clavó los ojos— levantó la frente,
para bañar con el fulgor del cielo
el marfil de su calva reluciente,
¡Nunca más bello fue que en aquel dia!
Como trenzado grupo de culebras,
su apostólica barba parecía
nieve, que, en chorros de plateadas hebras,
bajo el oro del Sol se derretía.
Y cuando el genovés volvió en sí mismo,
postrado siempre, los abiertos ojos
hundió en aquellos resplandores rojos,
como si se escapase de un abismo;
y del mar en los límpidos espejos
vió destacarse, entre las vivas luces,
mástiles de tres barcas, que a lo lejos
fingían el perfil de las tres cruces...
¡Redención! ¡Redención!
En ese instante,
desde Tenoctitlán hasta las sierras
del indomable Arauco, fue uno mismo
el miedo que corrió...
Ya no el vibrante
Tezcatlipoca inspirará las guerras,
ni Tahuil triunfará sobre el abismo;
ya no la del quiche «sierpe de plumas»
adorada será; ya no en lo alto,
Bochica, entre el vellón de las espumas,
endiosará del Tequendama el Salto;
ya no en Choiula irradiarán los cultos
de víctimas sangrientas, ni el salvaje
adorará en las noches del boscaje
las sombras de sus muertos insepultos;
ya no del Inca el Sol regirá el coro
de vírgenes, envueltas entre encaje
y encarceladas en Prisión de Oro:
dioses vencidos son, dioses truncados,
bajo el Único Dios de los Tres Nombres,
que hace la redención de los pecados
y predica el amor entre los hombres... | es |
López,Luis_Carlos | <XXI | La_Luna_Parpadea | La luna parpadea
tras el calado del ramaje. Hay una
tranquilidad insípida de aldea.
Y a la luz de la luna,
mientras duerme el poblacho
y alarga un perro por las cercanías
su medroso plañir, canta un borracho
majaderías y majaderías... | es |
Arciniegas,Ismael_Enrique | <XXI | Un_Poco_Más_Acércate._En_Tus_Ojos | Un poco más acércate. En tus ojos
Me quiero ver, y me pondré de hinojos
Para verme en el cielo de tus ojos.
Luego, dame la mano. Y suavemente,
Con frescura de bálsamo, en mi frente
Pósala, suavemente, suavemente.
A tí vengo, cansado peregrino,
Con la gran pesadumbre del camino.
A tí vengo, cansado peregrino.
Tengo frío en el alma y vengo triste,
¡Y con tanta ilusión partir me viste!..
Traigo frío en el alma y vengo triste!
¡Mírame! Oscura ya la noche empieza
Sé tú como sonrisa en mi tristeza,
Y sé luz en la noche que ya empieza;
Y para que me duerma, suavemente
Posa tu mano pálida en mi frente,
Pósala, suavemente, suavemente. | es |
Caseiro,María_Eugenia | XXI | Persistencial | Aún queda la memoria
en un piélago interior del tiempo,
y está a salvo ese lugar donde el olvido
no alcanzará jamás las curvas del reloj
aunque cierre amargamente la cortina
esa infausta eternidad
que es siempre noche. | es |